Una joven de 17 años choca con un muro burocrático al
intentar abortar. Empezó el proceso en la semana quinta y no lo completó hasta
la décima.
Un calvario de cinco semanas. Es lo que acaba de vivir una
joven de 17 años tras solicitar una interrupción voluntaria del embarazo en un
centro de salud del municipio valenciano donde reside. La primera vez que lo
pidió, a finales de diciembre pasado, estaba de cinco semanas y le denegaron el
volante porque, según le dijeron, tenía que ir acompañada de uno de sus padres.
“Falso. La ley en vigor dice que si la menor puede sufrir coacciones familiares
para continuar con el embarazo, como era su caso, el médico puede practicar la
operación sin consentimiento paterno. Ella estaba segura de que su madre no le
daría su aprobación y, además, como castigo la enviaría a Ecuador, su país de
origen [tiene doble nacionalidad]”, explica Marcela Jabbaz, socióloga y miembro
de la Federación de Mujeres Progresistas de la Comunidad Valenciana, que
acompañó a la menor en su periplo.
Pero la joven no conocía la ley y comenzó a prepararse para
contárselo a sus padres. “A principios de enero recibimos la llamada de una
mujer que sí conocía la ley y nos pedía que la ayudáramos. No tenemos un
programa de apoyo concreto para este tipo de problemas, pero no podíamos
desatender una petición como esa”, relata Jabbaz. “Cuando la conocí, me
sorprendió su madurez. Es una joven estudiosa, que tiene un proyecto de futuro,
y tenía muy claro que no era el momento de tener un hijo. No era una decisión
inconsciente, sino muy meditada”, continúa. “Aunque es una chica dura, porque
ha vivido unas circunstancias familiares difíciles, estaba angustiada. Se
sentía culpable y sabía que su madre, no tanto por razones religiosas, sino
culturales, no se lo iba a permitir”.
La socióloga acompañó a la joven en su segunda visita al
centro de salud. Volvieron a ponerle pegas. “Preferimos que venga con los
padres. A veces tienen miedo y luego no es para tanto”, les dijo la doctora.
“Y, otras veces, les dan una paliza”, contesta Jabbaz.
Con la ley en la mano, desmontaron todas las pegas y
consiguieron un volante para una clínica concertada. “Es curioso que no te
ofrezcan hacerlo en un hospital público”, comenta Jabbaz. Y ahí empezó la
segunda parte del calvario. El reglamento de la ley de plazos establece que
cuando la menor alegue conflicto familiar, el médico podrá solicitar el informe
de un psicólogo o trabajador social. Se lo exigieron. “Llamamos a todas las
puertas para que alguien nos lo firmara. Pero ni los servicios sociales del
Ayuntamiento ni el centro de salud ni profesionales particulares consideraron
que entrara dentro de sus competencias. Al final, probamos casi de casualidad
con la orientadora de su instituto y tuvimos suerte”, recuerda.
Cinco semanas después de la primera petición, en la décima
semana de gestación, se realizó la operación. Si el proceso hubiera empezado
más tarde, quizá no habría llegado a tiempo de hacerlo antes de la semana 14ª,
plazo máximo que permite la ley. “Tuvo suerte de conocer a esa mujer que nos
pidió ayuda. ¿Qué habría ocurrido si no llegamos a intervenir? ¿Cuántas jóvenes
como esta, y no tan jóvenes, se ven abocadas a una maternidad no deseada porque
se tropiezan con una pared burocrática que filtra su atención en el sistema
público?”, se pregunta la socióloga.
Jabbaz considera que es importante dar a conocer estas
historias “para derribar el argumento de que hay que cambiar la ley actual
porque permite abortar con inconsciencia y facilidad”. “No solo no es fácil,
sino cada vez más difícil. Se ha extendido tal clima de macartismo entre los
médicos, que cada vez más procuran evitar abortos. Tienen miedo”, asegura.
Fuente: Diario El País
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