Tests genéticos masivos, aplicaciones móviles y relojes
inteligentes que registran indicadores corporales, antecedentes médicos on
line: los datos personales de salud son hoy una información codiciada que
circula casi sin control en la web. Mientras una de cada cinco búsquedas en
Google se vincula con el bienestar físico, el debate sobre la defensa de la
privacidad llegó al cuerpo humano.
No es fácil negociar lo público y lo privado en la era de
las redes sociales y el big data, cuando los sistemas informáticos pueden
cruzar grandes volúmenes de datos aislados para extraer tendencias inesperadas
e información sensible. "Las tecnologías modernas de la información han
permitido un enorme avance en nuestra habilidad para difundir información -a
veces, sensible- a los demás sin siquiera darnos cuenta de que lo estamos
haciendo. A veces, esta capacidad crea problemas, como el compartir demasiado o
revelar cosas de las que después nos arrepentimos", reflexiona Alessandro
Acquesti, profesor de IT y Políticas Públicas en la Universidad Carnegie
Mellon, en Estados Unidos.
En pocos aspectos la difusión y el cruce de información en
la Web es tan riesgoso como en la salud, un campo de "datos
sensibles" que pueden usarse tanto para mejorar la atención a los
pacientes como para direccionar publicidad y hasta discriminar a personas con
determinadas patologías.
Google, que realiza el 68% de las búsquedas de Internet en
los Estados Unidos y el 90% en Europa, reconoce que una de cada cinco búsquedas
de información online se vincula con la salud. Lo que no dice es qué hace con
ellas.
La mayoría de la gente duda y toma decisiones sobre sus
datos privados según factores no siempre racionales. "Los avances en
tecnología de la información han tornado muchas veces invisible la recolección
y el uso de los datos personales", escribió Acquesti en la revista
Science. "Como resultado, las personas pocas veces tienen un conocimiento
claro de qué información tienen otros individuos, empresas y gobiernos sobre
ellas, o cómo esa información es usada y qué consecuencias tiene."
También en el ámbito de la salud el deslumbramiento con los
avances tecnológicos parece operar como las anteojeras de un caballo. Éste
parece ser el caso del flamante smartwatch de Apple. El festejado anuncio de su
capacidad para medir parámetros de fitness opacó las preguntas por los datos
que podrían quedar almacenados en la plataforma HealthKit. Si bien se supone
que el usuario tendrá que firmar una póliza para permitir el acceso a su
información personal, ¿quién se tomará el trabajo de leer la letra chica?
La explosión de aplicaciones móviles puede incrementar aún
más la vulnerabilidad de los usuarios. Existen decenas de apps ligadas a la
salud que permiten medir desde el sedentarismo y las calorías ingeridas hasta
la presión arterial y el riesgo cardíaco. La mayoría de estas aplicaciones no
sólo carece de controles de calidad científica, sino que también solicita
acceso a datos personales. ¿Para qué quieren Google Fit o Runtastic tener
acceso a identidad, ubicación y fotos del usuario? No se sabe.
"Las aplicaciones no pueden recolectar datos sensibles
para cualquier finalidad, ni asentarlos en una base de datos, ni compartirlos
con terceros", advierte Juan Antonio Travieso, profesor titular de la
Facultad de Derecho de la UBA y ex responsable de la Dirección Nacional de Protección
de Datos Personales.
Según informó Chantal Bernier, defensora parlamentaria del
derecho a la privacidad de Canadá, un ciudadano de ese país presentó un reclamo
formal porque le aparecían online constantemente avisos sobre dispositivos para
tratar la apnea del sueño después de buscar información sobre esa enfermedad en
Google. La empresa norteamericana prometió revisar la cuestión.
No se trataría, sin embargo, de una situación excepcional.
Timothy Libert, investigador de la Escuela de Comunicación Annenberg de la
Universidad de Pensilvania, acaba de publicar un estudio en el que muestra que
nueve de cada 10 búsquedas de información en sitios de salud públicos o
privados abren las puertas a "terceros partidos", ya sean compañías
de marketing que diseñan avisos específicos para el usuario, ya sean brokers de
datos, que simplemente recogen información y la venden.
"La información personal de salud, históricamente
protegida por el juramento hipocrático, se ha convertido súbitamente en
propiedad de corporaciones privadas que pueden vendérsela al mejor postor o
usarla accidentalmente para discriminar a los enfermos", advierte Libert.
Riesgos y beneficios
Los datos de salud son sensibles porque pueden ser
utilizados para discriminar a sus dueños. Por ejemplo, el revelar que una
persona es hipertensa o que toma una medicación psiquiátrica puede perjudicarla
a la hora de conseguir trabajo. Claro que no todos los usos de datos médicos
tienen fines malévolos. Los países más avanzados en salud implementan hace años
un sistema para guardar online los antecedentes médicos de todos los pacientes.
Al tener acceso a las historias clínicas por medio de una
clave, los médicos pueden atender más rápido y mejor a las personas que llegan
al consultorio, aunque sea la primera vez que las vean. Los registros
electrónicos unificados permiten, además, seguir la evolución del paciente a lo
largo del tiempo y evaluar los procedimientos médicos realizados. Con todo, el
sistema no está exento de los desafíos de seguridad que se debaten en todo el
mundo.
"La confidencialidad, la privacidad y la seguridad son
preocupaciones de los pacientes y también de los médicos", reconoce Daniel
Luna, médico clínico y jefe del Departamento de Informática en Salud del
Hospital Italiano, que cuenta con más de 700.000 historias clínicas
electrónicas almacenadas en un data center propio, bajo un sistema de
encriptación.
"Hay que buscar un equilibrio entre la accesibilidad y
la privacidad", explica Luna. En el Hospital Italiano, dice, todos los
pacientes firman un consentimiento informado y pueden acceder a su historia,
los resultados de sus estudios y también remover la información que deseen.
"Sólo los médicos que asisten a cada paciente tienen acceso a sus datos,
que tenemos la obligación de guardar durante al menos 10 años. Y todos, tanto
médicos como pacientes, están muy contentos con el sistema", se entusiasma
Luna, quien subraya la existencia de un marco regulatorio para las bases de
datos médicos que el Hospital Italiano cumple a pie juntillas.
La ley argentina 25.326, que protege los datos personales,
contempla especialmente los llamados "datos sensibles", que incluyen
el origen étnico, las opiniones políticas, las convicciones religiosas y la
información referente a la salud o la vida sexual. En este sentido, no se puede
revelar en la Argentina ningún dato médico de personas determinadas (o
determinables). Además, existe una ley que regula el manejo de historias
clínicas digitales.
"La historia clínica electrónica es un gran avance en
medicina, porque permite salvar vidas", señala Carlos Tajer, jefe de
Cardiología del Hospital El Cruce, pionero a nivel público en el uso de esta
tecnología. "En países donde no hay información estadística sobre muchas
patologías, como la Argentina, la cuestión central no es el temor al uso de los
datos -enfatiza-, sino las ventajas de contar con un registro electrónico de
las enfermedades y los tratamientos utilizados."
"La ley argentina explicita que el paciente es dueño de
sus datos", agrega Laura Antonietti, jefa de Investigación de El Cruce.
"Si se comparten los datos para hacer un estudio, hay que garantizar que
estén «anonimizados», es decir, codificados de modo de no poder identificar de
quién se trata."
¿Qué pasa con las empresas de medicina prepaga, que saben el
nombre y el número de documento de identidad, la dirección personal, la edad,
el sexo, las operaciones, los partos y las caries dentales de sus clientes?
"Los financiadores -obras sociales, prepagas- no están autorizados a
llevar un registro de datos sensibles de las personas ni a darles información a
terceros", informa Travieso.
Los registros médicos y las compras en farmacias representan
una mina de oro a la hora de saber qué recetan los médicos y cuál es el perfil
de los pacientes. ¿Pueden los laboratorios farmacéuticos acceder a estos datos?
No legalmente.
¿De quién es ese ADN?
Los avances en genómica han puesto la cuestión de la
privacidad al rojo vivo. Compañías como 23andMe ofrecen analizar las partes más
significativas del ADN de una persona por menos de 100 dólares.
Basta mandar una muestra de saliva para recibir a vuelta de
correo un informe sobre la presencia de genes asociados a enfermedades y una
reconstrucción de los ancestros. De esta manera, por ejemplo, una mujer puede
enterarse de que porta una mutación que aumenta su probabilidad de desarrollar
cáncer de mama y ovario. Esa información puede servirle para tomar la decisión
de operarse preventivamente, como hizo Angelina Jolie. Pero también podría ser
utilizada para discriminarla a la hora de ofrecerle un seguro de vida.
Aunque la Oficina de Drogas y Alimentos (FDA) de Estados
Unidos frenó hace un tiempo la venta directa de kits genéticos, 23andMe ya está
restableciendo algunos de sus servicios. Y sigue recolectando no sólo data
genética, sino también información sobre los comportamientos de sus clientes.
El asunto se complica si se toma en cuenta que la dueña de 23andMe, Anne
Wojsicki, fue hasta 2013 la esposa de uno de los fundadores de Google, Sergei
Brin. ¿Qué interés en común pueden tener una empresa que vende tests genéticos
y el mayor buscador de Internet? Las teorías conspirativas abundan. Lo cierto
es que, a pesar del divorcio, ambas empresas anunciaron recientemente que
desarrollarán fármacos utilizando la base de datos de 23andMe.
Federico Prada, profesor de las carreras de Biotecnología y
Bioinformática de la UADE, es uno de los argentinos que utilizaron el servicio
de 23andMe para conocer su riesgo de padecer o transmitir enfermedades
genéticas. Pero la relación de Prada con 23andMe no terminó con su ADN.
Periódicamente, la compañía le manda cuestionarios con toda clase de preguntas,
desde si siente modorra después de comer hasta si le molestan los ruidos
fuertes. Además, le piden autorización para utilizar sus datos con distintas
finalidades. "Al principio aceptaba todo, ahora ya menos", dice el
biólogo, quien subraya que es partidario de compartir información en forma
anónima y gratuita para el avance de la ciencia. "Aunque ellos ganen plata
con mis datos, yo creo que tengo que compartirlos. Sólo cruzando la información
genética con la ambiental podremos encontrar curas para muchas
enfermedades", enfatiza Prada.
A esto apunta la iniciativa Medicina de Precisión, lanzada
recientemente por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Con un
presupuesto de 215 millones de dólares, el plan es crear una base de datos de
salud de un millón de voluntarios, que incluirá ADN, proteínas, cultivos
biológicos, alimentación, ejercicio, historia clínica, e información
proveniente de dispositivos móviles y ensayos clínicos. A partir de este caudal
de datos, los científicos podrían diseñar tratamientos personalizados para el
cáncer y otras enfermedades.
La cuestión es cómo se manejará semejante empresa de big
data y cómo se garantizará la privacidad. Para empezar, será preciso obtener el
consentimiento informado de un millón de personas para que compartan sus datos
sensibles. Según anticipó Francis Collins, director de los Institutos
Nacionales de Salud (NIH), los participantes tendrán acceso a su información y
a los estudios que usen sus datos.
Si bien la privacidad puede parecer un lujo posmoderno, es
una demanda que se reconoce en diferentes culturas y épocas, desde los antiguos
griegos a los modernos tuaregs.
"No siempre se puede contar con que la gente tome
decisiones en su propio interés en las complejas transacciones que involucran
la privacidad", desliza George Loewenstein, profesor de Economía y
Psicología de la Universidad Carnegie Mellon. "La gente puede necesitar
ayuda, y aun protección, para equilibrar un campo de juego que actualmente es
muy desigual."
¿Cómo protegerse? Acquisti recomienda usar tecnologías
conocidas como PET (como el programa TOR) para robustecer la privacidad. Sin
embargo, dada la cantidad de información compartida sin el conocimiento del
ciudadano, el investigador alerta sobre que estas tecnologías no brindan total
protección. "Necesitamos, además, intervenciones políticas, regulaciones
inteligentes para ayudar a equilibrar la necesidad de privacidad y el valor del
big data", subraya.
Para ser efectiva, dice Acquisti, una política de privacidad
debe proteger a la gente real -"que es ingenua, insegura y vulnerable"-
y debería ser lo suficientemente flexible para evolucionar con las
complejidades de la era de la información.
Travieso aporta una recomendación final: "La gente
tiene que comprender que la tecnología actual no es una plancha. La tecnología
permite asociar información, y eso tiene un valor. La información personal es
lo más preciado que tiene una persona. Así como cada uno cuida su auto, lo
cierra con llave y lo asegura contra riesgos, así tiene que cuidar sus
datos".
Cada uno puede ser su propio hacker
¿Cuánto importa realmente la privacidad? Si hace algunos
años se anunciaba su fin, hoy parece haber adquirido el estatus de las hadas:
una ilusión.
El temor al mal uso de la información privada, que asomó al
filo del nuevo milenio, se globalizó tras las revelaciones de Edward Snowden
sobre el espionaje de las comunicaciones digitales que llevaba a cabo la
Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de los Estados Unidos.
Según una encuesta realizada por el Pew Center en 2014, el
80% de los estadounidenses está preocupado por el monitoreo gubernamental de
llamadas y mails. Además, el 91% de los adultos señala que los consumidores han
perdido el control sobre cómo las empresas recolectan y usan información
personal, y el 81% no se siente seguro al usar redes sociales.
No es pura paranoia: en 2014, las violaciones de datos
aumentaron un 27,4% en los Estados Unidos, con Home Depot y Sony como los casos
más notorios de robo de información. Pero lo cierto es que las amenazas a la
privacidad no sólo surgen por los hackers, sino también a partir de los datos
compartidos voluntariamente.
Uno de los anticuerpos contra la "fobia digital"
es la promulgación europea del "derecho a ser olvidado", que obliga a
los motores de búsqueda a borrar información que un usuario considera lesiva.
Otro calmante es la promesa de utilizar los datos en forma
anónima o de manejarlos con sofisticados sistemas de encriptación. Con todo, un
estudio del MIT mostró que, si se conoce cuánto pagó alguien por un producto,
alcanza con tener otros tres datos -por ejemplo, un recibo de la compra, una
foto tomando café con amigos subida a Instagram y un tuit sobre el objeto
comprado- para tener un 94% de probabilidades de identificar a una persona en
una base de datos, aun sin conocer su nombre o número de tarjeta.
Un cálculo realizado en 2008 estimó que si una persona
leyera la política de privacidad de todos los sitios por los que navega,
perdería 244 horas de su vida. Hoy, esa cifra podría engrosarse con un cero, y
ni así produciría un pestañeo. Si bien la transparencia sobre el uso de la
información es una práctica de casi todos los sitios online, "las
políticas de privacidad no están designadas para el uso humano", escribe
Susan Landau, investigadora del Worcester Polytechnic Institute, en la revista
Science.
No se trata sólo de que los sitios diseñan políticas de
privacidad que requieren un máster para ser comprendidas, sino del uso que les
dan a los bits recolectados y el contexto en el que los utilizarán en el futuro.
Fuente: La Nación
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