Claro que recibimos con entusiasmo, hace unos meses, la
aprobación legal (desde la más alta esfera del Estado competente) de practicar
la eutanasia en ciertos casos, con una regulación precisa que no permitiera
caer en equivocaciones.
Morir dignamente hace parte plena de vivir dignamente. Es un
principio que se deriva de una interpretación lógica de la Constitución.
No hay una conclusión a la vida más digna que no padecer
dolores ni sufrimientos innecesarios al final del camino, cuando hay métodos
diseñados por el hombre que pueden evitarlos. Dábamos, insistimos, un aplauso
por esa decisión largamente esperada.
Hoy, cuando los casos deberían estar aplicándose en regla,
vemos con temor que lo de la eutanasia pueda quedarse en la vaguedad del papel
que la autorizó. Dicho de otro modo: que no tenga cabida en casos en que, al
menos de manera superficial, luce necesaria. El primer hecho es conocido, casi
que sobra una aclaración muy amplia: Ovidio González, padre de Julio César
González (el caricaturista de El Tiempo que firma como Matador), padece un
cáncer en forma de llaga que le está perforando el rostro. Quiere morir. Así se
lo hizo saber a su familia, que entendió la petición, y tuvo el aval de la
Clínica Oncólogos de Occidente, de la ciudad de Pereira. El féretro estaba
comprado. La hora fijada. Justo cuando iban hacia la clínica para que don
Ovidio se convirtiera en la primera persona que recibía de manera legal la
directriz del Gobierno, llamaron a informarle que al fin no. Que no había sido
aprobada su eutanasia.
El tanatólogo Juan Paulo Cardona, miembro del comité
científico que evaluaba el caso (es decir, siguiendo al pie de la letra el
procedimiento que existe sobre el tema) se opuso al procedimiento. Cardona
dista de ser una persona que moralmente se oponga a la muerte digna: al
contrario, está entre sus prelaciones filosóficas. ¿Por qué se negó, entonces?
En Blu Radio le oímos decir que el cáncer de don Ovidio era incurable,
progresivo, pero no mortal. O, al menos, no inmediatamente mortal. Ese hecho,
harto importante para su decisión como miembro de un comité que decide estos
menesteres, lo llevó a negar el procedimiento. “No tiene una falla
multiorgánica, él está completamente funcional, la muerte no está prevista en
corto plazo”, dijo. Y dijo también que no conocía la autorización médica de la
eutanasia.
En medio de los debates, y de los hechos que cada parte da,
está la vida en pena de un hombre que quiere terminar con ella, manifestando
una voluntad inequívoca y clara. Nos parece que ese es el camino para la
interpretación de normas que lucen vagas en casos tan delicados como este: la
voluntad del paciente es, en últimas, lo que rescata la jurisprudencia que
aceptó, hace años ya, la aplicación de la eutanasia en determinados casos. La
inminencia de la muerte, de donde se ancla el doctor Cardona para negar el
procedimiento, puede ser interpretada de una forma amplia, teniendo en cuenta
la importancia de la voluntad expresada, el deterioro de la salud del paciente
y su imposibilidad de recuperarse. Eso, al menos, es lo que diría un
constitucionalista avezado.
Pero por eso mismo, porque las interpretaciones jurídicas
son tan difíciles para un médico, valdría la pena precisar mucho más la norma.
O, como mínimo, explicar de qué forma y a la luz de qué principios debe
aplicarse. Ojalá, para don Ovidio, haya una pronta solución.
Fuente: El Espectador
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