Una investigación del CELS, junto con otros organismos de
derechos humanos, reconoce logros en la externación de los hospitales
psiquiátricos, pero también advierte sobre la persistencia de la violencia
institucional y sobre el riesgo de que ella se reproduzca en los dispositivos
diseñados para la salida del manicomio.
Por el Centro de
Estudios Legales y Sociales (CELS) *
En instituciones manicomiales, los entrevistados para esta
investigación reportaron que los golpes y el maltrato verbal son prácticas
frecuentes, tanto sobre los internos, por parte de operadores de salud, como
entre los internos mismos. También hubo testimonios de violencia ejercida a modo
de castigo. Un hombre refirió haber sido llevado a la terraza de un hospital
psiquiátrico y dejado allí durante toda la noche. Una mujer describió cómo una
enfermera la había obligado a reingerir su propio vómito ante su negativa a
tragar la medicación. Algunos entrevistados percibían que si no habían sido
maltratados era porque “tuve suerte”. Un hombre comentó que nunca le pegaron ni
recibió maltrato verbal porque “siempre fui dócil”. Aun cuando no se lo padezca
físicamente, ser testigo constante de este tipo de prácticas hacia otros
compañeros tiene profundas y lesivas consecuencias en la subjetividad. Conocer
y callar sobre tales abusos se manifiesta muchas veces en ansiedad y miedo.
Algunos entrevistados reportaron la sobremedicación como práctica habitual de
castigo y control.
La modalidad de atención despersonalizada afecta a todos: si
una persona, en un determinado momento, no puede usar tenedores o cuchillos, la
atención debería ayudarlo en su situación particular y no hacer que él y todos
los demás coman sus alimentos con cuchara. Otra dinámica del psiquiátrico,
particularmente lesiva, es la actitud de los equipos técnicos en cuanto a
dialogar y recibir las opiniones de las personas internadas. Cuando
determinadas prácticas y medidas son cuestionadas, los profesionales las
justifican con argumentos pseudotécnicos, que por lo general desestiman las
opiniones, pedidos y reclamos de las personas que padecen las prácticas y de
sus allegados. La naturalización de la lógica manicomial en la atención en salud
mental (dentro del hospital monovalente o afuera) implica la subestimación de
la voz de los usuarios. La situación de la Sección Asociada de Psiquiatría del
Hospital Alejandro Korn (“Melchor Romero”) de la ciudad de La Plata dio lugar a
una serie de acciones judiciales en respuesta a la gravedad de los hechos
constatados. En conjunto con el colectivo Desheredados de la Razón, conformado
por trabajadores y voluntarios del hospital, el CELS interpuso una acción de
amparo.
El reconocimiento del derecho a la privacidad es piedra
fundamental del respeto a la autonomía y la dignidad de las personas. El modelo
de atención manicomial en hospitales, pero también en otros dispositivos
residenciales, no suele contemplar espacios para resguardar la privacidad. El sujeto
no puede registrar nada como singular y propio, y suele verse expuesto a la
mirada de otros en momentos privados como bañarse, cambiarse de ropa, dormir.
Es común que las personas institucionalizadas no cuenten con espacios adecuados
para resguardar sus escasas pertenencias, por lo que es frecuente que les sean
hurtadas. Las dificultades para tener pertenencias obedece tanto a motivos
económicos como a políticas institucionales, medidas pensadas para “proteger” a
las personas internadas, lógica que se extiende incluso al control estricto
sobre las pequeñas cantidades de dinero a las que pueden acceder. Al ser
internadas, muchas personas son despojadas de efectos personales básicos, como
el documento de identidad y el reloj, dos marcas fuertes de despersonalización,
desorientación y apartamiento de los códigos compartidos con la comunidad. Aun
en los dispositivos de externación, en ocasiones el personal hospitalario
conserva la administración de documentos y credenciales.
El dispositivo de externación en ningún caso debería
reproducir esas dinámicas, sino ayudar a la reparación de sus consecuencias
físicas y subjetivas. Pero en la mayoría de los dispositivos de externación se
observó una ausencia generalizada de espacios adecuados para compartir tiempo en
privado con otra persona, lo que por demás implica la negación del derecho a la
intimidad, con exclusión de la posibilidad de contactos íntimos, afectivos y/o
sexuales.
En contraste con los hospitales, talleres, centros de día y
otros dispositivos, generalmente despersonalizados, en algunas residencias de
dispositivos de externación se pudo observar que las personas alojadas las
habitan como verdaderos hogares. Los usuarios que viven en estas residencias
muestran diferentes formas de apropiación subjetiva y legítima de las casas,
que se reflejan en la satisfacción que les producen las actividades hogareñas
como limpiar, elegir la pintura de las paredes, colgar fotografías y afiches y
mantener las plantas del jardín. Estas actividades cotidianas elementales
resultan del todo novedosas para usuarios que han pasado períodos muy largos o
su vida entera en instituciones psiquiátricas. Tras vivir cincuenta años
internado en un hospital psiquiátrico, un entrevistado comentó: “Me conocen en
el barrio, me ocupo de la limpieza, tareas domésticas, y estoy más tranquilo
que en el hospital. Desde que me mandaron a este lugar no me quiero mover más.
Me gustaría estar para siempre”.
Sin embargo, ciertos dispositivos de externación continúan
las lógicas del pabellón psiquiátrico. En los hogares psicogeriátricos de
Mendoza, a los que el hospital deriva personas largamente internadas, continúa
el aislamiento de la comunidad, la falta de intimidad y de un abordaje
singularizado.
En algunos dispositivos residenciales conviven hasta seis
personas por habitación y en muchos casos ni siquiera registran con claridad
con cuántos compañeros cohabitan. La gestión del espacio viene dada por una
figura de autoridad, por lo general empleada por el hospital psiquiátrico;
otros dispositivos cuentan con presencia permanente de enfermeros en un rol
similar al hospitalario. Si bien es necesario contar con las personas adecuadas
para brindar los tipos de apoyo que necesiten quienes habitan en un dispositivo
residencial, es necesario problematizar un esquema de abordaje que se asemeja a
la internación en el manicomio. En el Centro Basaglia en La Plata se evidenció
la asignación de un funcionario policial para la custodia del centro, que suele
estar vestido de civil, controla las entradas y salidas y se suma a tareas
cotidianas del centro como acompañar a los usuarios en las visitas a sus
allegados. Este tipo de prácticas da cuenta de la facilidad con la que se
generan dispositivos similares a centros de reclusión, antes que una casa
tendiente a la inclusión en comunidad.
Familias
En el proceso de externación, los usuarios enfrentan
barreras para recuperar los lazos con la familia y los seres queridos. Ante una
posible “alta”, las familias se ven abrumadas por la idea de que todos los
cuidados de la persona externada quedarán a su cargo, dada la debilidad o
ausencia de políticas de seguridad social y de vivienda adecuadas. Esto decanta
en situaciones conflictivas. La cuestión de la disponibilidad de una vivienda
idónea es identificada como una causa central de la negativa de las familias a
recibir a usuarios externados. La institución asume que el cuidado que requiere
la persona al momento del alta será satisfecho por la familia, pero no
considera la necesidad de la propia familia de contar con apoyos para brindar
ese cuidado. Además, el supuesto de que corresponde a la familia biológica
acompañar el proceso de externación desconoce posibles historias de violencia
familiar, abusos y malos tratos e, incluso, que la prolongación de la
internación pudo haber sido promovida y definida por sus mismos familiares.
En muchos casos se trata de familias con situaciones
económicas muy precarias, para quienes la expectativa de sostener materialmente
a un familiar tras una larga internación es una carga desmedida o directamente
inviable. Los allegados a los usuarios se encuentran frecuentemente en
situación de vulnerabilidad social.
Otro ejemplo es el manejo del dinero que las personas
perciben en concepto de peculio por su participación en “talleres protegidos”. Como
describe el jefe de un servicio: “Hay familias que quisieran que les
entreguemos el dinero a ellos, quieren gastarlo ellos. No porque haya mala
intención sino porque son familias muy necesitadas que ven en esos 400 pesos la
posibilidad de pagar la luz o el agua. Nosotros le damos la plata al
operario-paciente y decide gastarse la plata en ropa o en zapatillas, cosas que
tienen que ver con sus necesidades, y viene la familia a reclamar”.
Este enfrentamiento debería plantearse como una
situación-problema a resolver entre los distintos actores. El trabajo conjunto
con la familia puede dirimir este tipo de conflictos que desde los dispositivos
manicomiales se presentan como irresolubles. Una trabajadora social de los
Talleres Protegidos y el psicólogo social de La Huella, en la Ciudad de Buenos
Aires, destacaron la importancia de trabajar la tensión entre los temores de
las familias y el derecho de los usuarios a tomar decisiones autónomas, pero
acompañados en el proceso de aprendizaje de manejo del dinero: “A veces las
familias, desde el temor, no quieren que ellos se administren. Nosotros les
decimos que el peculio está también para eso, para que ellos empiecen a
entrenarse, para que puedan poner prioridades de gastos, para que puedan ver
qué comprar. Hay pacientes que cobran el peculio y lo primero que hacen es
comprarle regalos a la familia, y está buenísimo porque ellos nunca habían
podido regalar nada con dinero obtenido por ellos. Pero también hay pacientes
que se lo gastan en cigarrillos en dos días. Ahí decís: ‘No, paremos. Veamos
cómo intentamos que este dinero de la pensión tenga un uso más adecuado’”. Esto
fomenta un diálogo en el que los usuarios pueden expresar sus deseos y los
parientes sus inquietudes y necesidades.
La ausencia de apoyos materiales para las familias o
allegados obstaculiza las externaciones. Por ejemplo, J. P. es un hombre de 32
años, de nacionalidad peruana, que hace diez años está internado en el Hospital
J. T. Borda, donde ha sido víctima de abuso sexual en dos ocasiones por parte
de otro interno. Ante los constantes reclamos de sus hermanas por su precaria
situación en el hospital, tanto los profesionales del equipo tratante como el
juez a cargo de su causa de internación, además de mostrarse negligentes en su
accionar, han emitido juicios discriminatorios hacia J. P. y sus hermanas, por
ser extranjeros. Funcionarios del hospital y del juzgado mantienen una actitud
de reproche hacia las hermanas de J. P. por no llevarlo a vivir con ellas, aun
cuando saben que no tienen las condiciones materiales para albergar a alguien
con sus características, y sin embargo ellas están muy presentes en la vida de
su hermano para darle apoyos y velar por su bienestar. Con representación del
CELS, J. P. y su familia han impulsado acciones para exigir al Estado que
agencie las condiciones necesarias para que J. P. pueda ser incluido en un
dispositivo centrado en la comunidad, con base residencial fuera del hospital,
donde pueda tener una vida digna y acceso a un abordaje en salud mental
adecuado.
Durante la internación deberían emprenderse acciones que
contribuyan a la revinculación, como localizar a familiares con quienes se ha
perdido el contacto o posibilitar encuentros. Luego del alta, una tarea
fundamental, que algunos servicios de externación realizan, es brindar
herramientas para que quienes asuman las tareas de cuidado puedan hacerlo de
manera respetuosa. El asesoramiento abarca cuestiones legales y administrativas
y el acompañamiento afectivo de los familiares. Es necesario trabajar con las
familias acerca de las representaciones sociales sobre “el loco” y explicar qué
le sucede a la persona, cuáles son sus posibilidades e inquietudes, más allá
del diagnóstico psiquiátrico. En las reuniones multifamiliares convocadas en
distintos dispositivos de preparación para la externación (en los hospitales
Estévez, Borda, Cabred, etcétera) se propicia el intercambio de experiencias y
el acompañamiento entre personas internadas y sus familiares; también hay
actividades sólo para familiares, en las que se trabajan aspectos conflictivos
como la convivencia, la autonomía, el uso de los recursos económicos. Esto suma
a la sostenibilidad de los vínculos cuando la externación del hospital ya se ha
concretado.
* Extractado del libro Cruzar el muro. Desafíos y propuestas
para la externación del manicomio, recientemente publicado por el Centro de
Estudios Legales y Sociales (CELS). La investigación estuvo a cargo de Macarena
Sabin Paz, Rosa Matilde Díaz Jiménez, Soledad Ribeiro Mieres, Lionel Giglia,
Ana Sofía Soberón Rebasa, Víctor Manuel Rodríguez y Luciana Salerno, y
participaron también el Observatorio de Derechos Humanos de la Universidad
Nacional de Córdoba y el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad
Nacional de Cuyo.
Fuente: Página 12
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