Lo que nos pasa a la mayoría, hombres y mujeres, tiene un
nombre científico: es una parcialidad inconsciente o "implícita".
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El origen de este tipo de prejuicios "implícitos"
se remonta a la infancia temprana: cuando los niños aprenden del mundo que los
rodea y se crean en el cerebro asociaciones neuronales que relacionan conceptos
y recuerdos de una manera inconsciente.
De hecho, "el cerebro inconsciente está a cargo de la
mayoría de nuestro funcionamiento diario", explica Tinu Cornish, psicóloga
del centro Equality Challenge Unit, que asesora a universidades sobre
diversidad.
"Si cada vez que vas a trabajar o que enciendes la tele
o escuchas la radio ves que los hombres están asociados al liderazgo, a un
mayor estatus y a una mayor capacidad, eso es lo que nuestro cerebro
inconsciente va a aprender", dijo.
"Nuestro cerebro inconsciente es como si dijéramos
nuestro cerebro mamífero o reptil: no razona las cosas en palabras, sino que
aprende que dos cosas están relacionadas. Y cuando dos eventos están
relacionados hace que las neuronas establezcan una conexión", añadió la
especialista.
Esas asociaciones son culturales, pero se fijan como huellas
en nuestro cerebro y nos acompañan inconscientemente durante toda la vida.
En realidad, forman parte de nuestro desarrollo evolutivo:
estos atajos mentales, llamados heurísticos, nos ayudan a navegar por el mundo,
a categorizar automáticamente personas y situaciones que podrían representar un
peligro y a tomar decisiones rápidas constantes a un nivel inconsciente.
Pero también nos predisponen a tener prejuicios de género,
de raza, de religión, o de estatus socioeconómico que pueden contradecir los
valores que firmemente defendemos.
"Como si me clavaran un puñal y después me lo
retorcieran"
Que las mujeres también tienen un sesgo sexista hacia otras
mujeres está ampliamente documentado.
En un experimento de 2012 de la Universidad de Yale, en
Estados Unidos, los investigadores les pidieron a 200 académicos que revisaran
currículos idénticos para un puesto de director de laboratorio. La única
diferencia entre las hojas de vida de los distintos candidatos eran los
nombres, la mitad de mujeres y la mitad de hombres.
Según John Dovidio, coautor de estudio, los resultados
mostraron que tanto los hombres como las mujeres estaban más predispuestos a
emplear a los candidatos varones, así como a darles una mayor valoración en
capacidad y a pagarles unos US$4.000 más que a las mujeres.
"El género de los académicos que recibieron los
currículos no marcó ninguna diferencia, el sesgo tenía la misma magnitud en
unos y otros", le dijo Dovidio a la BBC.
Lo interesante es que la mayoría de la gente, incluida la
más proigualdad, no sabe que porta estos sesgos culturales, que afectan a su
comportamiento y a las decisiones que toman.
En Estados Unidos, por ejemplo, varios estudios demostraron
que los doctores prescriben más cantidades de analgésicos a los pacientes
blancos que a los negros, aún cuando ambos grupos describían el mismo nivel de
dolor.
La psicóloga Mahzarin R. Banaji, de la Universidad de
Harvard, publicó en 2013 un libro titulado "Punto ciego: los sesgos
ocultos de la gente buena" (Blindspot: Hidden Biases of Good People).
Cuando Banaji hizo el test de asociaciones implícitas que
ella misma había desarrollado junto a sus colegas investigadores se llevó una
decepción:
"Encontrarme cara a cara con el hecho de que no puedo
asociar a las mujeres con el liderazgo o la piel oscura con cosas buenas tan
rápidamente como puedo asociar la piel blanca con lo bueno, o el liderazgo con
los hombres, fue como si me clavaran un puñal y después me lo retorcieran",
admitió en conversación con la BBC.
Si es inconsciente, ¿se puede equilibrar?
Sabiendo que las asociaciones implícitas existen, hoy en día
muchas organizaciones, como la propia BBC, les dan a sus gerentes y empleados
formación para que sean conscientes de su parcialidad y en la medida de lo
posible la minimicen.
Así, en 2016 el Departamento de Justicia de Estados Unidos
anunció un programa para entrenar a más de 28.000 policías, fiscales y otros
funcionarios para que reconozcan sus sesgos inconscientes y les hagan frente en
sus trabajos.
Pero aprender sobre la parcialidad implícita y entender de
dónde viene no es suficiente para generar cambio.
Los especialistas en género proponen estrategias más
proactivas, como fomentar modelos femeninos en el trabajo o desarrollar maneras
de corregir el sexismo en el mismo momento de la toma de decisiones.
¿Y qué hay de las nuevas generaciones? A mí me chirriaron
los oídos cuando mi propia hija, con unos cuatro años, me dio a entender
mientras jugábamos que los hombres son médicos y las mujeres enfermeras.
Me pregunté a mi misma, furiosa, de dónde habría sacado esa
conclusión y empecé a revisar mentalmente la educación que le estábamos dando
en casa y las experiencias que vivimos juntas cada vez que vamos al doctor o al
hospital.
Quizás el paso del tiempo ayude a reequilibrar algunos
sesgos de género: en 2017, por primera vez más mujeres que hombres se
matricularon en las facultades de medicina de Estados Unidos, según datos de la
Association of American Medical Colleges, una tendencia que también se está
dando en otros países.
Entretanto, "la vigilancia eterna es la única
solución", como opina Deborah Belle, una de las psicólogas de la
Universidad de Boston que utilizó el acertijo de la eminencia médica para su
estudio sociológico.
Fuente: BBC Mundo
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