El
destacado sanitarista Mario Rovere analizó la decisión del gobierno nacional
respecto de transformar en secretaría la cartera sanitaria, y alertó que existe
“desinterés” del Estados en cumplir “sus obligaciones constitucionales”. Un
exhaustivo análisis de una medida polémica.
La decisión de degradar el Ministerio de Salud nacional al
rango de secretaría generó duras críticas de especialistas, en medio de
situaciones complejas como el recorte de vacunas y los casos con la bacteria
Estreptococo. La mirada sobre este paso, que parece alejar al Estado de sus
obligaciones vinculadas con la salud pública, apunta a un recorte monumental en
el sistema estatal, que tendrá el año que viene grandes desafíos respecto de
las metas a cumplir. “La degradación representa un gesto político inadecuado”,
sostuvo Mario Rovere, médico pediatra y sanitarista y coordinador general de la
Asociación Latinoamericana de Medicina Social (ALAMES). El reconocido
especialista escribió una interesante columna en la revista Soberanía
Sanitaria, donde da sus impresiones respecto a esta medida. “El momento no
podría ser más imprudente e inoportuno dado el desafío que la salud global
advierte sobre las epidemias del siglo XX”, sostuvo el especialista, que alertó
que este tipo de iniciativas muestran “el desinterés del gobierno nacional en
cumplir sus obligaciones constitucionales”.
A continuación, el texto completo escrito por Rovere
respecto a la polémica medida.
La noticia recorre el mundo, se reciben llamados desde el
exterior preguntando cómo sucedió esto. La comunidad sanitaria internacional no
consigue entender la desaparición del Ministerio de Salud en la Argentina.
A nivel nacional, no se recuerdan muchos antecedentes de una
declaración plenaria de los Ministros de Salud de las provincias argentinas
alertando sobre una posible política del gobierno nacional, pero el pasado 2 de
septiembre ocurrió: “eliminar el Ministerio de Salud de la Nación como tal y
darle un rango inferior al mismo constituiría un retroceso institucional
significativo en la ejecución de los planes, programas y proyectos del área
para atender a la población, en especial a los más vulnerables”. El comunicado
concluye: “No existe la posibilidad de coordinación, articulación y
complementación del sistema de servicios de salud estatales del ámbito
nacional, provincial o municipal, de la seguridad social, y del sector privado,
sin que exista un Ministerio de Salud a nivel Nacional que se alce como el
Rector de las políticas esenciales del sector”.
La degradación del Ministerio de Salud no es un hecho
aislado, sino más bien la culminación de un proceso de desmantelamiento que
comenzó el diez de diciembre de 2015 -y que continuará en tanto se mantenga
este proyecto político- que incluye la derogación del decreto de creación de la
Escuela de Gobierno en Salud, la discontinuidad de su programa de educación
permanente con cientos de alumnos cursando en diferentes posgrados, el
congelamiento de la agencia coordinadora de laboratorios públicos de
medicamentos (ANLAP), y el desmantelamiento o minimización de los programas de
salud sexual y reproductiva, de Médicos Comunitarios y del REMEDIAR, entre
otros.
El importante presupuesto 2016 del Ministerio de Salud,
definido el año anterior, fue licuado por la marcada subejecución
presupuestaria, a pesar de atravesar la epidemia de dengue más importante de la
historia argentina, y fue el argumento utilizado luego para una importante
reducción en valores reales de los presupuestos 2017 y 2018.
Las y los ministros provinciales, y ni hablar los
responsables municipales de salud, venían reclamando por el desmantelamiento
sin costos políticos aparentes, en el contexto de un blindaje mediático y de un
manejo extorsivo sobre los gobernadores que permitía ocultar muchas falencias
de este ministerio, rankeado entre los peores de la gestión.
El ensañamiento con el Hospital Nacional Dr. Posadas, una
institución de altísima relevancia en el área metropolitana, sobre el cual se
habían realizado importantísimas ampliaciones y mejoras edilicias, puso en
alerta a todo su personal. Este emblemático hospital cayó en manos de un equipo
de yuppies liquidadores de empresas, que durante tres años instalaron un clima
de terrorismo laboral, ignorando el funcionamiento hospitalario y las
necesidades de los pacientes. Se realizaron rescisiones de contratos, “recortes
de personal” y jubilaciones anticipadas, sumando más de mil trabajadores de
todas las categorías profesionales, sin tomar en cuenta la continuidad de
servicios, algunos únicos en el sector público. Entre otros, los servicios de
terapia intensiva de adultos y de niños y cuidados paliativos fueron dañados en
su funcionamiento o simplemente cerrados.
El mensaje de hundir y desguazar al Hospital Posadas, nave
insignia del gobierno nacional, ha sido también un mensaje hacia afuera,
poniendo en peligro a los hospitales que Nación cofinancia por el sistema
SAMIC, como el Hospital Garrahan, en donde se ha aplicado la misma estrategia
de terrorismo laboral ensayada en el Posadas o el Hospital en Red de El Cruce,
en Florencio Varela. En la misma línea se encuentra la negativa a cofinanciar
los nuevos hospitales del bicentenario, la inversión en infraestructura pública
de salud más importante desde la gestión Carrillo: estas obras terminadas o muy
avanzadas de hospitales ubicados en lugares estratégicos, para saldar la deuda
sanitaria en el área metropolitana y en el interior del país, no se han puesto
en funcionamiento. No se trata de “ahorros presupuestarios”, sino de una
política de gestos que es leída por las jurisdicciones del mismo signo político
como un guiño para intentar osadas reingenierías de la infraestructura
hospitalaria pública bajo su responsabilidad.
Es cierto que el presupuesto del Ministerio de Salud
Nacional aún no había alcanzado a compensar todas las inequidades territoriales
en salud de un país como la Argentina, con enormes diferencias económicas entre
provincias y al interior de cada una, pero la presencia de Nación en programas
preventivo-promocionales había permitido logros sanitarios, arrinconando las
enfermedades inmunoprevenibles, alcanzando las metas de los Objetivos del
Milenio en mortalidad materna y bajando la mortalidad infantil por primera vez
a un dígito, es decir por debajo de diez por mil nacidos vivos.
El repliegue de estos logros es imperdonable y lo expresan
las discontinuidades de provisión en programas de VIH/SIDA, tuberculosis, el
programa ampliado de inmunizaciones, salud sexual y reproductiva, entre otros,
lo que se disimula con inversiones en las provincias y municipios con más
recursos propios, pero que finalmente se traduce en abandonos sanitarios en las
jurisdicciones y gobiernos locales que no pueden afrontarlo.
En la escena internacional, Argentina ha liderado la
destrucción de la UNASUR que tenía entre sus áreas más dinámicas justamente a
la salud. De esta forma se debilita la capacidad de establecer estrategias
conjuntas en temas tan sensibles como medicamentos, escudo epidemiológico,
recursos humanos, investigación y financiamiento.
Apelar a la historia para entender los significados
Cuando se conoció la noticia de la degradación del rango
ministerial de la salud, se difundieron muy rápidamente los dos casos
precedentes en los que un gobierno decidió tomar una medida similar reduciendo
o cuasi eliminando la presencia de salud en el gabinete nacional. Se trata de
los casos de la autodenominada “revolución libertadora” en 1955 y de la
autodenominada “revolución argentina” (1966). Ambos casos golpes militares se
caracterizaron por políticas económicas neoliberales, que por aquella época solo
podían aplicarse rompiendo el orden institucional, grandes figuras
ministeriales perseguidas y maltratadas (Ramón Carrillo y Arturo Oñativia),
medidas favorecedoras de la privatización de la atención de la salud y rápido
resarcimiento a los laboratorios farmacéuticos victimizados en los gobiernos
democráticos precedentes por “excesos de regulación”.
Lo acontecido en 1956/57 es muy ilustrativo y aún permanece
en el recuerdo de la población argentina. No contento con la degradación del
Ministerio a Secretaría ejecutado por Lonardi, Aramburu desmantela el
Ministerio apoyándose en consultores internacionales que lo convencen de que la
mejor manera de conjurar para siempre la posibilidad de un sistema integral de
salud como los que venían consolidándose en Inglaterra o en Chile era -según
consta en el denominado informe Pedrozo- aprovechar el vacío legal que había
surgido de la derogación de la Constitución de 1949 para “federalizar,
municipalizar y cuando fuera posible privatizar el sistema de salud pública de
la Argentina”.
Muy pronto el propio Aramburu pagaría las consecuencias al
tener que enfrentar sin Ministerio de Salud la epidemia de poliomielitis más
importante de la historia contemporánea, con más de 7000 casos y una tasa de
mortalidad del 10%. Una epidemia que al afectar amplios sectores de la
población hizo imposible el blindaje mediático que por aquella época ya estaba
en plena vigencia. En un intento de disimular la falta de autoridad sanitaria,
el propio Aramburu visitó el Hospital Muñiz enfundado en un guardapolvo blanco.
Una década después, el gobierno de Onganía repetiría la
hazaña degradando el Ministerio de Salud Pública reestablecido por el
presidente Arturo Frondizi. Si bien debido al prestigio del ex ministro
Oñativia y la permanencia de parte de su equipo se llegó a señalar que la
política de salud sería una simple continuidad, en poco tiempo se percibió la
desregulación del mercado de medicamentos que había sido uno de los ejes de
trabajo y probablemente una de las políticas que desestabilizó al gobierno de
Illia, dejando desde entonces la sospecha sobre el rol de los laboratorios
farmacéuticos en el financiamiento del golpe militar.
Los otros ejes del gobierno de Onganía, inspirado en su
pertenencia al Opus Dei, que por entonces tenía una fuerte influencia sobre el
gobierno de Franco en España, fue la destrucción de las políticas de ciencia y
tecnología y el ataque frontal a la autonomía universitaria que desencadenó la
emigración de científicos más importante de la historia argentina y la
fundación de un mecanismo de cooptación sindical que se plasma en el sistema de
Obras Sociales y funciona hasta nuestros días. Ya entonces el denominado INOS y
sus derivaciones institucionales, hoy conocidas como Superintendencia de
Servicios de Salud, se constituyeron como un ministerio paralelo.
En busca de sentidos o ¿para qué necesitamos un Ministerio
de Salud?
Las epidemias y los problemas hipercomplejos de salud no son
cosas del pasado; hoy nuevos o renovados problemas ponen en serio riesgo la
salud de nuestros pueblos y los gobiernos han sostenido y sostienen puertas
adentro y afuera importantes vínculos, sostienen organismos internacionales
especializados en épocas en que los riesgos se multiplican.
La globalización ha traído consigo un incremento de los
intercambios humanos a una velocidad y a una escala nunca antes vista. En marzo
del 2003, una enfermedad poco conocida que produce un síndrome respiratorio
agudo severo (SARS por sus siglas en inglés), se detectó en los servicios de
salud de Hong Kong y de Vietnam y a la semana ya estaba generando casos
-algunos mortales- en Singapur y en Toronto. Luego de la aparición del SARS ya
en el 2003 la OMS decía: “Durante los dos últimos decenios han aparecido
enfermedades nuevas a un ritmo sin precedentes de una por año, y esta tendencia
seguramente proseguirá. La llegada repentina y mortal del SARS al ámbito de la
salud mundial a comienzos de 2003 quizás haya sido en algunos aspectos la más
dramática. Su contención rápida es uno de los mayores logros de la salud
pública de los últimos años. Pero es oportuno preguntar en qué medida se debió
ello a la buena suerte, aunada a la ciencia. ¿Cuánto nos hemos aproximado a un
desastre sanitario internacional? ¿Qué fue lo que inclinó el fiel de la balanza?
La respuesta internacional al SARS servirá de modelo para las futuras
estrategias de lucha contra epidemias infecciosas”.
Solo un gobierno que siente innecesario contar con un
Ministerio de Salud puede tomar una decisión de esta magnitud; esa confianza proviene
del desconocimiento absoluto sobre el momento sanitario que atraviesa la
humanidad y sobre los riesgos actuales y potenciales que sobrevuelan la
población mundial, conocidos como las epidemias del siglo XXI.
El escenario demográfico-epidemiológico, el de riesgos
ambientales y el de financiamiento pueden ayudar a configurar los escenarios
sanitarios para los que la mayoría de países se preparen sosteniendo sus
equipos técnicos formados y actualizados por décadas.
El aumento de la longevidad no es un fenómeno nuevo para la
Argentina y se espera, en los próximos años a nivel nacional y mundial, un
significativo incremento de población longeva en sectores de bajos ingresos, en
lugares y sectores sociales del país diferentes. En otras palabras, la asociación
entre longevidad y pobreza puede incidir selectivamente en los servicios
públicos de salud sin poder apelar a estrategias que vienen funcionando
razonablemente en familias mejor equipadas socioeconómicamente. Las provincias
y municipios con menores recursos no están preparadas para absorber esta
problemática y menos aún si el PAMI se redefine a la baja en sus prestaciones y
no desarrolla estrategias integrales para la problemática sociosanitaria en
cobertura de ancianos solos, o en familias de muy bajos ingresos.
El incremento exponencial de enfermedades crónicas se
vincula pero no es simplemente la consecuencia del incremento de la longevidad.
Están aumentando las enfermedades crónicas tanto en la infancia como en la
adultez, en parte como consecuencia del éxito de la medicina en lograr
cronificar enfermedades que antes eran letales como en el caso del VIH/SIDA.
Enfermedades como hipertensión arterial, diabetes, insuficiencia renal,
discapacidades y trasplantados expanden su prevalencia generando nuevos
fenómenos sanitarios que cambian la relación equipo de salud- paciente, y
provocan ciudadanías especiales que pueden implicar incidencias en otros
sectores como alimentos, comercialización, transporte, etc. Existen fuertes
indicios de que los laboratorios farmacéuticos no solo han descubierto
oportunidades en el aumento de las enfermedades crónicas, producto de la
fidelización a determinadas marcas, sino que han cambiado el eje de sus
investigaciones poniendo más énfasis en productos que morigeran síntomas y
refuerzan la cronicidad, que en medicamentos que curan.
Las enfermedades infectocontagiosas del pasado vuelven a ser
una pesadilla del futuro. La reducción del celo en medidas
preventivo-promocionales, el uso y abuso de antibióticos para uso humano o para
engorde de animales de consumo, la utilización masiva de agroquímicos, los
movimientos antivacunas, sistemas de abastecimiento de escala nunca antes vista
o la propia globalización con el transporte mundial de mercaderías y personas,
son algunas de las explicaciones para esta paradoja.
Así, hoy tomamos con naturalidad que el descubrimiento de
una bacteria (listeria), que contaminó legumbres y hortalizas en Hungría,
obligue a remover productos congelados en las heladeras de supermercados de
Córdoba, que los viajeros provenientes o regresando de Europa puedan haber
contraído sarampión (41.000 casos). Así, un nombre del pasado como difteria
remite ahora a un brote que se sostiene desde el 2016 en Colombia, Haití y
Venezuela; el cólera se expande sin control en Yemen con más de 120.000 casos pero
llegó a Argelia, hoy tiene un avión cuarentenado en Francia y el Ministerio de
Salud de Chile confirmó en agosto un brote en la Región Metropolitana.
Con la fiebre amarilla, las curvas epidémicas de Brasil
muestran un crecimiento de casos y de defunciones comparando el período anual
julio 2016/julio 2017 respecto del mismo período julio 2017/julio 2018, pero
como consecuencias de las políticas macroeconómicas de Brasil, el Sistema Único
de Salud se encuentra con menos recursos para enfrentar esta epidemia que puede
en cualquier momento saltar del ciclo selvático o silvestre a un ciclo urbano.
La tuberculosis, una enfermedad milenaria afortunadamente
controlada, entra nuevamente en zona de preocupación por el surgimiento de
resistencia a los antibióticos conocidos, atribuido a una simbiosis con el VIH
y a tratamientos incompletos. La OMS lanzó un ambicioso proyecto de control y
erradicación que requerirá de estrategias mucho más sofisticadas y costosas que
en el pasado.
La sífilis congénita reaparece cuando había sido una
enfermedad fuertemente reducida como consecuencia de la eficacia de los
antibióticos y por el uso masivo de anticonceptivos de barrera (preservativos)
sostenido en el temor al VIH. La consecuencia en el presente es que -tal vez por
una menor preocupación por el SIDA, visualizada ahora como una enfermedad
“tratable”- se ha disparado la incidencia de esta enfermedad que puede causar
muerte fetal o graves lesiones en recién nacidos.
En referencia a los riesgos ambientales podemos comenzar
diciendo que el cambio climático, de indudable origen antropogénico, produce
múltiples efectos sobre la salud. Algunos directos como el caso de víctimas de
fenómenos climáticos extremos, e indirectos tales como alteración en la
producción de alimentos, proliferación de vectores, etc. Los sistemas de salud
requieren prepararse en todo el mundo para fenómenos extremos cada vez más
frecuentes y estudiar con mayor detenimiento las consecuencias para la salud
para añadir evidencias para la toma de decisiones políticas nacionales e
internacionales al respecto.
Otros aspectos ambientales más específicos en el país tienen
que ver con el uso de un volumen de glifosato de doscientos millones de litros
equivalente a que cada argentino vertiera cinco litros a la tierra por año. Se
viene acumulando el número de países que están tomando medidas restrictivas
sobre el uso de este producto. Asociado a este o a múltiples explicaciones en
una comparación mundial, Argentina aparece como uno de los países con mayor
incidencia ajustada por edad y sexo de cáncer en todas sus formas. Exploremos
finalmente los problemas de financiamiento. El mercado de la salud, o lo que se
denomina Complejo Médico Industrial, configura el sector de la economía con
mayores tasas de ganancia según su performance en los últimos cincuenta años.
Los mecanismos de aseguramiento privado y público, combinado con una industria
farmacéutica con tasas de rentabilidad superiores a la de cualquier otro sector
y un importante ámbito de innovación tecnológica, han hecho del sector salud el
componente más inflacionario de la economía de los países centrales,
especialmente de los Estados Unidos en donde salud se apropia de poco más del
16 % del Producto Bruto.
El momento de degradación del Ministerio de Salud no podría
ser más imprudente e inoportuno dado el desafío que la salud global advierte
sobre las epidemias del siglo XXI.
Para países de desarrollo medio como la Argentina, la
responsabilidad y el desafío resultan mayúsculos ya que se trata de uno de los
casos extremos en los que la falta de regulación del Estado deriva en costos
insostenibles. No tiene que ver con la configuración de agencias u otros
mecanismos de evaluación de tecnologías para reducir obligaciones y bajar
responsabilidades del PMO; se trata de consolidar una política integral para
enfrentar manejos y operaciones económicas que resultan facilitadas cuando el
subsector público se encuentra fragmentado.
Conclusiones
Como hemos visto la degradación del Ministerio de Salud de
la Nación representa un gesto político inadecuado, resultado de una concepción
equivocada del Estado y de la sociedad, pero consistente con un conjunto de
medidas que venían anticipando el desinterés del gobierno nacional en cumplir
sus obligaciones constitucionales para garantizar el derecho a la salud de la
población, dado que la vigilancia y el rol compensador de las inequidades
sociales y geográficas en salud es su responsabilidad indelegable. Los
antecedentes de medidas de esta naturaleza muestran cómo y cuándo ha sucedido
con anterioridad. Se trataba de gobiernos autoritarios instalados por golpes
militares, de políticas económicas neoliberales, minimizando la función de
salud pública en formas que resultaron funcionales a la privatización de la
salud (filantropía en el caso de Aramburu, seguridad social comprando servicios
privados, Onganía).
El momento de degradación del Ministerio de Salud no podría
ser más imprudente e inoportuno dado el desafío que la salud global advierte
sobre las epidemias del siglo XXI y atendiendo el imprescindible rol
compensador que salud debe desarrollar, muy especialmente en momentos en que
una injuria programada sobre el tejido social y sobre el nivel de ingresos de
la población, solo puede traer aparejado un incremento de los problemas de
salud.
Fuente: Significado y sentido de un Ministerio de Salud, por Mario
Rovere. Revista Soberanía Sanitaria, edición especial, septiembre de 2018 (Mirada Profesional)
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