A veces, sucede que los profesionales no solo no son
atendidos por la sociedad sino que se ponen en un segundo lugar.
Para muchos, trabajar significa enfrentarse cada día a
peligros como el miedo, el aburrimiento, el sentimiento de injusticia, o
incluso traicionar las propias convicciones. Silvia Berman, una investigadora
argentina, asegura que “la naturaleza social del trabajo, factor de
desenvolvimiento, de plenitud y de alegría, se transforma en condena y
aflicción cuando aliena al hombre”.
Desde esta perspectiva, el desgaste profesional no es un
evento sino un proceso en el que el estrés y las ansiedades diarias
desatendidas socavan en forma gradual la salud de los llamados “cuidadores”.
Con el tiempo, esto también afectará la atención que brindan a sus pacientes,
alumnos, clientes, rescatados, asistidos… y obviamente tendrá un impacto en sus
relaciones personales.
Si nos pensamos como parte de una comunidad que cuida colectiva
y activamente de sí misma, es claro que para ser “bien cuidados” resulta
imprescindible cuidar a quienes tienen a su cargo el rol de cuidar. Entre ellos
se encuentran los trabajadores de la salud, la educación y la justicia, pero
también aquellos que conforman la primera línea de respuesta frente a las
emergencias y desastres, como bomberos, protección civil y rescatistas, entre
otros. Somos muchos los que hemos elegido ser parte de las filas de los que
velan por la vida, el desarrollo y el bienestar de la comunidad.
Por esto vale la pena preguntarnos qué les sucede, por
ejemplo, a los trabajadores de la salud, que no aplican lo que con tanta
convicción recomiendan a quienes asisten. Esta aseveración tiene detrás algunos
datos dignos de mención:
-de 9266 médicos noruegos, el 80% reconoció haber seguido
trabajando mientras estaba enfermo;
-el 40% de los médicos detectaron que el desgaste
profesional perjudica su bienestar y desempeño;
-el estrés es señalado como responsable del enfado y la
irritabilidad, así como de una menor calidad asistencial;
-el 46 % de los médicos canadienses manifiestan un nivel
avanzado del conocido Síndrome de Burnout.
De hecho, la Organización Mundial de la Salud consignó que,
en Argentina, el 55% de los enfermeros y el 59% de los médicos también padecen
el síndrome de la cabeza quemada. En consecuencia, se hace evidente que,
independientemente de la cultura o el lugar donde se ejerza la tarea, los
trabajadores de la salud -y en particular médicos y enfermeros- pertenecemos a
un grupo de riesgo.
Desde hace años pienso que si un pianista cuida de sus manos
como un preciado tesoro, un futbolista hasta puede llegar a asegurar sus
piernas, los enólogos preservan su refinado olfato y paladar o un carpintero
guarda celosamente su tablero de herramientas… ¿Qué sucede con los trabajadores
que dedicamos en muchos casos "nuestra vida" a cuidar la vida de
otros, que no cuidamos de nuestra propia salud?
La pregunta invita a un replanteo acerca del cuidado de
quienes, desde su quehacer profesional, asumen a diario la tarea de lidiar con
situaciones que los confrontan con lo más vulnerable de la condición humana.
Los trabajadores que intervenimos en situaciones críticas aprendemos una serie
de mecanismos para lidiar con el sufrimiento humano sin sucumbir a la angustia.
Pero estos mismos mecanismos que nos ayudan a ayudar a nuestros semejantes
-manteniendo la distancia que nos permite pensar y actuar profesionalmente- son
los que, por otra parte, contribuyen a desconectarnos de nuestro propio
sufrimiento y el autocuidado.
Charles Figley, un terapeuta que trabaja con la "fatiga
por compasión", señaló atinadamente que "…la capacidad de compasión y
empatía parece estar en el centro mismo de nuestra capacidad para realizar el
trabajo con nuestros pacientes, y al mismo tiempo en nuestra capacidad para ser
lastimados por el trabajo”.
Por todo esto, por el rol fundamental que ocupan en nuestra
sociedad, es preciso no dejar solos a los trabajadores de la salud. Todos somos
potenciales pacientes que necesitaremos ser cuidados y, como tales, tenemos que
pensar en “cómo cuidar a quienes nos cuidan”. Sobre este tema volveremos,
porque no podemos ni sabremos qué hacer sin información.
Fuente: TN (Por Silvia Bentolila, psiquiatra y especialista en salud mental en situaciones críticas (M.N. 59 647)
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