Partes: P. J. A. c/ Omint S.A. de Servicios s/ sumarísimo
Tribunal: Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial
Sala/Juzgado: C
Fecha: 27-ago-2019
La cláusula del contrato de medicina prepaga que prevé el
incremento de precio con sustento en la mayor edad del afiliado, debe tenerse
por no escrita.
Sumario:
1.-Si bien es verdad que la mayor utilización de los servicios
puede colocar a la empresa demandada en la obligación de acrecentar sus
prestaciones, no menos lo es que la solución no puede ser la de trasladar a sus
afiliados, cuando éstos se vuelven más vulnerables e indefensos, los costos
respectivos, dado que esa mayor carga bien hubiera podido ser estimada en la
ecuación financiera inicial. Un aumento de esa naturaleza -esto es, sólo
fundado en la mayor edad del afiliados- podría condenar al involucrado a quedar
desprotegido en su salud, dado que, como es obvio, podría él ser colocado -por
razón de la mayor onerosidad del contrato- en situación de no poder continuar
la relación, con la consecuente desprotección que ello supone cuando transita
los tiempos de su vida en los que, cabe presumir, mayor protección necesita.
2.-La cláusula del contrato de prestación de servicios
médicos a través de la cual se prevé el incremento de precio que, con sustento
en la mayor edad que habían ido alcanzando los miembros del grupo familiar del
actor, debe tenerse por no escrita en los términos del art. 37 de la Ley
24.240, toda vez que, al afectar de ese modo el derecho a la salud del
consumidor involucrado, aparece desnaturalizando el contrato al permitir que,
si este último no pudiera absorber el incremento que se le aplica, su
contraparte adquiera, correlativamente, el derecho a liberarse de la obligación
de asistirlo, precisamente cuando cabe presumir que aquél habrá de necesitar
más que nunca de los servicios convenidos.
3.-El planteo sobre la validez de la cláusula mediante la
cual se prevé el incremento de precio que, con sustento en la mayor edad que
habían ido alcanzando los miembros del grupo familiar del actor pone en juego
los derechos que a los consumidores reconoce el art. 42 de la CN. conforme al
cual: ‘Los consumidores y usuarios de bienes y servicios tienen derecho, en la
relación de consumo, a la protección de su salud, seguridad, e intereses
económicos; a una información adecuada y veraz; a la libertad de elección y a
condiciones de trato equitativo y digno’ y como si fuera poco, agrega que ‘las
autoridades proveerán a la protección de esos derechos…’, de lo que se deriva
que dichas autoridades -dentro de las que naturalmente se encuentran los
jueces, tienen esa obligación constitucional específica, que obsta a la
posibilidad de aplicar reglas que conduzcan -o pudieran conducir- a un
resultado disvalioso.
4.-El texto constitucional del art. 42 de la CN., ratificado
en las correlativas obligaciones asumidas por nuestro país en los compromisos
internacionales previstos en el art. 75 inc. 22 de la misma CN., revela que la
Ley 24.240 no puede considerarse una ley más: es reglamentación específica de
esas normas de rango constitucional, por lo que, por imposición de la escala
normativa establecida en el art. 31 de la CN., ella debe prevalecer por sobre
cualquier otra norma que se le oponga y por tratarse de una ley de orden
público (art. 65 LDC.), forzoso es concluir que la declaración de nulidad de
una cláusula del contrato de medicina prepaga celebrada por las partes,
conforme a la cual se incrementa el valor de la cuota con sustento en la mayor
edad que habían ido alcanzando los miembros del grupo familiar del actor, no
puede verse obstada por la circunstancia de que éste no haya cuestionado en
forma inmediata el incremento que le fue aplicado.
5.-El ilegítimo aumento de las cuotas pretendido por la
empresa de medicina prepaga debe considerarse alcanzado por lo dispuesto en el
citado art. 37 de la LDC. en cuanto manda tener por no escritas ‘-b) Las
cláusulas que importen renuncia o restricción de los derechos del consumidor o
amplíen los derechos de la otra parte-‘, según regulación que se reedita en el
art. 1117 del CCivCom., en tanto remite a lo dispuesto en el art. 988 del mismo
código.
6.-Por ser la Ley 24.240 de orden público (art. 65), ella
debe ser aplicada en todos los casos: la renuncia expresa o tácita a sus
disposiciones que efectúe un consumidor (o usuario) carece de relevancia
jurídica y obliga al juez a indagar en la esencia del negocio y a aplicar la
norma pertinente aún ante el silencio que observe el propio interesado. Lo
contrario no puede ser admitido, pues, precisamente para asegurar la vigencia
de los derechos de que se trata, el referido ordenamiento autorizó al juez a
actuar impone a partir del carácter de orden público que otorgó a sus
disposiciones, según calificación que, por añadidura, contiene la necesidad de
esa actuación oficiosa.
7.-Si bien no puede soslayarse que a partir de que los afiliados
alcanzan cierta edad por lo general utilizan los aludidos servicios con más
asiduidad y que esto es tan notorio, que no era siquiera necesario que la
demandada produjera ninguna prueba enderezada a avalar sus dichos, pero
precisamente, porque es así de notorio, el temperamento pretendido por la
empresa demandada no es viable, pues ella hubiera debido cumplir con una
razonable administración de los recursos captados en ejercicio de su función,
ideando el modo de evitar que ese incremento destinado a cubrir esos eventuales
mayores costos futuros de su afiliado, no hiciera peligrar el derecho de éste a
permanecer en el sistema.
8.-Tratándose – el aumento de la cuota por la mayor edad de
los afiliados – de una cuestión que no ha merecido expresa regulación legal,
debió haber sido resuelta a la luz de las normas que regulan situaciones
análogas, siguiendo al efecto el método previsto en el art. 2 CCivCom. en
cuanto obliga suplir vacíos aplicando la analogía, y aplicando el principio
según el cual ninguna interpretación posible de lo actuado por válida si
conduce a un resultado que se disocia de la finalidad que ellas han buscado
(arts. 1 y 1065 inc. c del CCivCom.) y desde tal perspectiva, las normas que
rigen la cuestión son las que el legislador concibió para regular el llamado
‘seguro de vida’; conclusión a la que arribo en razón de la clara similitud que
existe entre el funcionamiento de tal seguro y la medicina prepaga.
9.-En rigor, la diversidad entre el contrato de seguro de
vida y de medicina prepaga sólo anida en el riesgo, dado en uno por la muerte y
en el otro por la enfermedad del afiliado de modo que no parece irrazonable,
entonces, aplicar a la demandada -titular de una empresa de medicina prepaga-
las reglas que la ley impone al asegurador de la rama vida, y en especial, a la
regla según la cual este último debe prever la llamada ‘reserva matemática’,
que tiene por finalidad hacer frente a obligaciones futuras del asegurador que
no habrán de estar cubiertas por las primas también futuras.
10.-La cláusula de la llamada ‘reserva matemática’ en el
seguro de vida persigue, como es obvio, mantener constante el nivel de esas
primas durante toda la vigencia del contrato, evitando el intolerable
encarecimiento que ellas deberían experimentar ante el inexorable agravamiento
del riesgo que generaría la mayor edad del asegurado. Por eso es que éste paga
hoy sumas que, invertidas por la compañía en las mencionadas reservas
matemáticas, ese asegurado debería haber pagado mañana, al agravarse el riesgo
de su muerte. Si ese razonamiento legal se traslada al caso de la medicina
prepaga, es claro que el hecho de que pueda presumirse que, a mayor edad,
mayores serán los servicios médicos asistenciales que el afiliado pueda
demandar, no puede ser invocado por la compañía para habilitar sin más el
aumento de la cuota.
11.-Ante la mayor edad de los afiliados, que hace presumir
una mayor atención médica, era obligación de la empresa demandada, en su
calidad de sociedad titular de una empresa con objeto especializado y prestadora
de un servicio fuertemente imbuido de interés general, instrumentar algún
mecanismo que, similar al reseñado, evitara su necesidad de aplicar esos
aumentos para cubrir su eventual mayor costo.
12.-El hecho de que, en tanto administradora del sistema de
medicina prepaga, ésta se hallaba obligada a extremar su diligencia en la
prestación de una cobertura integral a sus afiliados, obligación que no podría
entenderse debidamente cumplida si se admitiera su posibilidad de colocar a
éstos frente al riesgo de quedar sin esa cobertura en la etapa más desvalida de
sus vidas. Una interpretación contraria colocaría a la demandada en una
situación lindante con la asunción de obligaciones meramente potestativas: si
se le reconociera la facultad de aumentar el importe de las cuotas que deben
abonar sus afiliados a partir de cierta edad, ella podría por esta vía
desprenderse de aquellos adherentes cuya permanencia en el sistema le resultara
más gravosa.
13.-El agravio moral importa una lesión a las afecciones
legítimas, entre otras, la paz, la tranquilidad de espíritu, la libertad
individual, el honor, la integridad física, los afectos familiares, hallándose
vinculado con el concepto de desmedro extrapatrimonial o lesión en los
sentimientos personales.
14.-Para que la indemnización del daño moral resulte
procedente, no se requiere la producción de prueba directa, sino que puede
tenérselo por configurado ante la razonable presunción de que el hecho que
motiva el juicio generó un padecimiento espiritual susceptible de justificar la
indemnización reclamada y este temperamento se encuentra hoy expresamente
admitido en el art. 1744 del nuevo CCivCom. que, al regular la prueba del daño,
admite que éste se tenga por acreditado cuando surja notorio de los propios
hechos, lo cual, reitero, sucede en el caso, dado que, por su propia
naturaleza, los hechos vividos por el demandante habilitan a formar la aludida
presunción.
15.-Corresponde la indemnización por daño moral cuando la
actora. no sólo padeció sufrimiento por los aumentos en las cuotas del servicio
de salud, que para ella era esencial, sino que ese padecimiento fue seguido de
la incertidumbre propia de todo juicio, al que tuvo que someterse frente a la
reticencia de la demandada a hacer frente al reclamo de reintegro realizado y
esa frustración y esa incertidumbre, producidas en el marco de un
comportamiento abusivo que cabe suponer generó también impotencia y desazón,
autorizan se le reconozca el derecho del actor de ser indemnizad por daño
moral.
16.-No existen elementos suficientes para autorizar a la
Sala a sancionar a la sociedad demandada con el daño punitivo, pues si bien no
se soslaya que el texto del art. 52 bis de la Ley 24.240 daría lugar a
interpretar que el solo incumplimiento de una obligación por el proveedor
habilita la imposición de este tipo especial de sanción, sin embargo, una
interpretación integradora del sistema normativo de los consumidores en
particular y de la responsabilidad civil en general, ha conducido pacíficamente
a la doctrina a cuestionar tal exégesis.
17.-La redacción de la norma del art. 52 bis de la Ley
24.240 es harto deficiente, pues parece requerir, como única condición para su
procedencia, la existencia de un incumplimiento de sus obligaciones por parte
del proveedor, con independencia de que medie o no un factor subjetivo de
atribución, haya o no daño causado al consumidor y más allá de que el proveedor
haya obtenido un lucro como consecuencia del hecho.
18.-Por tratarse el daño punitivo de una sanción, su
imposición no puede proceder de modo casi automático o sólo dependiente de la
configuración un hecho objetivo – el mero incumplimiento- disociado de todo
factor subjetivo.
19.-Más allá de su denominación, el concepto de ‘daño
punitivo’ no conlleva ninguna indemnización de daños, sino la imposición de una
pena que debe entenderse destinada a punir graves inconductas del demandado y a
prevenir hechos similares en el futuro y en tales condiciones, la norma del
art. 52 bis de la Ley 24.240 concede al juez una potestad que el magistrado
podrá o no utilizar según entienda que la conducta antijurídica previamente
demostrada presenta características de excepción que exigen, congruentemente,
una condena ‘extra’ que persiga no sólo resarcir a la víctima sino también
sancionar al responsable, quitarle todo resabio de rédito económico derivado de
la inconducta, y que genere un efecto ejemplarizador que prevenga su
reiteración. N.R.: Sumarios elaborados por Ricardo A. Nissen.
Fallo:
En Buenos Aires a los 27 días del mes de agosto de dos mil
nueve, reunidos los Señores Jueces de Cámara en la Sala de Acuerdos fueron
traídos para conocer los autos “P. J. A. c/ Omint S.A. de Servicios s/
Sumarísimo” (Expediente n° 18718/2018; Com. 28, Sec. 55) en los que, al
practicarse la desinsaculación que ordena el artículo 268 del Código Procesal
Civil y Comercial de la Nación, resultó que la votación debía tener lugar en el
siguiente orden:
Doctores Julia Villanueva (9) y Eduardo R. Machin (7).
Firman los doctores Julia Villanueva y Eduardo R. Machin por
encontrarse vacante la vocalía 8 (conf. art. 109 RJN).
Estudiados los autos, la Cámara plantea la siguiente
cuestión a resolver:
¿Es arreglada a derecho la sentencia apelada de fs. 167/74?
A la cuestión propuesta, la señora juez Julia Villanueva
dijo:
I. La sentencia apelada.
La sentencia obrante a fs. 167/74 rechazó la demanda
promovida por P. J. A. a fin de cuestionar los aumentos aplicados en las cuotas
que ese actor había pagado a Omint S.A. de Servicios en retribución de los
servicios de salud que le había contratado.
Para así concluir, la señora magistrada de grado estimó que
el incremento de esas cuotas por razón de la edad alcanzada por los asociados
había sido consentido por el demandante.
Consideró que las empresas de medicina prepaga se
encontraban habilitadas para establecer diferenciaciones en los precios de
acuerdo a franjas etarias en tanto así se hubiera estipulado al momento de la
contratación.
Tuvo por cierto que la diferenciación de precios por edad
había estado prevista desde el inicio de la relación en la cláusula que citó y
que el actor había reconocido haber suscripto la solicitud de adhesión que en
copia obraba agregada a fs.70/1.
Afirmó que ello había sido plasmado en un recuadro que no
podía considerarse desconocido por el pretensor, dado que, para concretar la
adhesión había sido necesario que éste estampara su firma inmediatamente por
debajo de dicho apartado.
Sostuvo que el actor no había padecido ningún vicio que
hubiera afectado su voluntad y que los términos utilizados por la prestadora
para discriminar cuáles habrían de ser los incrementos que aplicaría a cada
franja etaria no eran ambiguos ni padecían de falta de claridad.
Sobre esa base descartó que el demandante no hubiera podido
comprender el contenido del documento que estaba firmando, por lo que concluyó
que, si él hubiera estimado violando sus derechos, hubiera debido formular la
correspondiente observación en ese momento, lo que no había hecho.
II. El recurso.
La sentencia fue apelada por el actor, quien expresó
agravios a fs. 178/86, los que fueron contestados por la demandada a fs.188/95.
El recurrente sostiene que la relación no fue correctamente
apreciada por la sentenciante.
Señala, en tal sentido, que el ingreso de su grupo familiar
al sistema de la demandada se operó en el año 2004, por lo que sólo en ese
momento “Omint” hubiera podido establecer cuotas diferenciadas por edad.
De esto deduce que lo afirmado en la sentencia acerca de lo
que había sido actuado cuando corría el año 2016, no puede ser compartido pues,
lo sucedido en esta ultima oportunidad, sólo fue un cambio de plan motivado por
la disolución del grupo al que pertenecía el actor, que hasta ese momento había
estado a cargo de “Novat DMA S.A.” Afirma que esa situación, que se configura
cuando alguien que ya está adentro del sistema migra de un grupo a otro, se
encuentra prevista en el artículo 15 de la ley 26.682, norma que dispone la
continuidad de la relación en los términos que cita.
Expresa que ninguna prueba se produjo en autos respecto de
cómo se componía la cuota del grupo familiar en el 2004, ni sobre la
existencia y contenido del presunto reglamento invocado por
“Omint”, dado que ésta fue declarada negligente en la producción de la única
prueba que había ofrecido al efecto.
Invoca razones formales que impiden otorgar eficacia a la
cláusula ponderada por la a quo y sostiene que el hecho de que en algún momento
el afiliado alcance determinada edad es previsible al momento de la
contratación.
Manifiesta que la mayor utilización del servicio por el
afiliado debe ser prevista por la compañía al efectuar la prospectiva económica
del contrato, lo cual la hubiera obligado a aplicar los mismos principios que
aplican las compañías de seguros.
Aduce que la disposición que encarece la cuota por causa de
la edad del consumidor se aparta de la finalidad del contrato y altera la
ecuación económica en su sinalagma funcional.
Expresa que, de todos modos, la cláusula es abusiva en los
términos del art. 37 de la ley 24.240 y de los arts. 10 y 11 del CCyC y que,
por haberse tratado de un contrato de adhesión, debe aplicársele su régimen.
Se explaya luego sobre la resolución 9/2004 de la Secretaría
de Coordinación Técnica del ex Ministerio de Economía y Producción, afirmando
que lo dispuesto en tal resolución no justifica la cláusula ponderada por la
señora juez, pues las modificaciones practicadas por la demandada se fundaron
exclusivamente en criterios etarios y no en la incorporación de servicios,
tecnologías o prestaciones.
III. La solución.
1. Como surge de la reseña que antecede, se reclamó en autos
que la demandada fuera condenada a suprimir el incremento de precio que, con
sustento en la mayor edad que habían ido alcanzando los miembros del grupo
familiar del actor, había aplicado a la cuota que cobra a éste por los
servicios de salud que le presta.
No es hecho controvertido que, tal como se sostuvo en la
demanda, los incrementos cuestionados fueron efectivamente aplicados, ni lo
está que ese aumento obedeció a la “mayor edad” que en cada caso alcanzaron los
beneficiarios.
Así las cosas, la cuestión ha quedado circunscripta a
determinar si el aumento así justificado es o no legítimo.
A mi juicio, la respuesta es negativa.
2.No soslayo que puede presumirse que las personas de mayor
edad utilizan con también mayor asiduidad los servicios contratados.
No obstante, esa razón no justifica el temperamento adoptado
por la demandada, que, vale aclarar, fue introducido del modo en que lo indicó
la señora juez -esto es, con la claridad implícita en el recuadro que firmó el
demandante-, muchos años después de que la relación entre ellos hubiera
comenzado su vigencia.
No estimo razonable ese proceder, pues, si bien es verdad
que aquella mayor utilización de los servicios puede colocar a la demandada en
la obligación de acrecentar sus prestaciones, no menos lo es que la solución no
puede ser la de trasladar a sus afiliados, cuando éstos se vuelven más
vulnerables e indefensos, los costos respectivos, dado que esa mayor carga bien
hubiera podido ser estimada en la ecuación financiera inicial.
Un aumento de esa naturaleza -esto es, sólo fundado en la
mayor edad del afiliados- podría condenar al involucrado a quedar desprotegido
en su salud, dado que, como es obvio, podría él ser colocado -por razón de la
mayor onerosidad del contrato- en situación de no poder continuar la relación,
con la consecuente desprotección que ello supone cuando transita los tiempos de
su vida en los que, cabe presumir, mayor protección necesita.
Una cláusula semejante debe, por ende, tenerse por no
escrita en los términos del art. 37 de la ley 24.240, toda vez que, al afectar
de ese modo el derecho a la salud del consumidor involucrado, aparece
desnaturalizando el contrato al permitir que, si este último no pudiera
absorber el incremento que se le aplica, su contraparte adquiera,
correlativamente, el derecho a liberarse de la obligación de asistirlo,
precisamente cuando, como dije, cabe presumir que aquél habrá de necesitar más
que nunca de los servicios convenidos.
La cuestión pone en juego los derechos que a los
consumidores reconoce el art.42 de la Constitución Nacional que transcribo a
continuación porque lo amerita el caso, a saber:
“Los consumidores y usuarios de bienes y servicios tienen derecho,
en la relación de consumo, a la protección de su salud, seguridad, e intereses
económicos; a una información adecuada y veraz; a la libertad de elección y a
condiciones de trato equitativo y digno” (el resaltado es mío).
Y, como si fuera poco, agrega que “las autoridades proveerán
a la protección de esos derechos.”, de lo que se deriva que dichas autoridades
-dentro de las que naturalmente se encuentran los juecestienen esa obligación
constitucional específica, que, en lo que aquí interesa, obsta a la posibilidad
de aplicar reglas que conduzcan -o pudieran conducir- al disvalioso resultado
recién señalado.
El texto constitucional citado, ratificado en las
correlativas obligaciones asumidas por nuestro país en los compromisos
internacionales previstos en el art. 75 inc. 22 de la misma Constitución,
revela que la ley 24.240 no puede considerarse una ley más: es reglamentación
específica de esas normas de rango constitucional, por lo que, por imposición
de la escala normativa establecida en el art. 31 de la Constitución Nacional,
ella debe prevalecer por sobre cualquier otra norma que se le oponga.
Y, por tratarse de una ley de orden público (art. 65 LDC),
forzoso es concluir que la solución que aquí se propicia no puede verse obstada
por la circunstancia de que el actor no haya cuestionado en forma inmediata el
incremento que le fue aplicado.
Ese aumento debe considerarse alcanzado por lo dispuesto en
el citado art. 37 de la LDC en cuanto manda tener por no escritas “-b) Las
cláusulas que importen renuncia o restricción de los derechos del consumidor o
amplíen los derechos de la otra parte-“, según regulación que se reedita en el
art. 1117 del CCyC, en tanto remite a lo dispuesto en el art.988 del mismo
código.
La interpretación de esa norma ha llevado a Farina a
sostener que, precisamente por ser esa ley de orden público (art. 65 antes
citado), ella debe ser aplicada en todos los casos: la renuncia expresa o
tácita a sus disposiciones que efectúe un consumidor (o usuario) carece de rele
vancia jurídica y obliga al juez a indagar en la esencia del negocio y a
aplicar la norma pertinente aún ante el silencio que observe el propio
interesado (ver Farina, Juan María, Defensa del consumidor: dos criterios
opuestos acerca de los alcances de la tutela legal, L.L. 1997-1093).
Lo contrario no puede ser admitido, pues, precisamente para
asegurar la vigencia de los derechos de que se trata, el referido ordenamiento
autorizó al juez a actuar impone a partir del carácter de orden público que
otorgó a sus disposiciones, según calificación que, por añadidura, contiene la
necesidad de esa actuación oficiosa (ver reflexiones del autor que vengo
citando).
Tengo presente, lo reitero, que a partir de que los
afiliados alcanzan cierta edad por lo general utilizan los aludidos servicios
con más asiduidad y que esto es tan notorio, que no era siquiera necesario que
la demandada produjera ninguna prueba enderezada a avalar sus dichos.
Pero precisamente porque es así de notorio, el temperamento
pretendido por la nombrada no es viable.
Ella hubiera debido, en cambio, cumplir con una razonable
administración de los recursos captados en ejercicio de su función, ideando el
modo de evitar que ese incremento destinado a cubrir esos eventuales mayores
costos futuros de su afiliado, no hiciera peligrar el derecho de éste a
permanecer en el sistema.
Se trata de una cuestión que, en tanto no ha merecido
expresa regulación legal, debió haber sido resuelta por la nombrada a la luz de
las normas que regulan situaciones análogas, siguiendo al efecto el método
previsto en el art.2 CCyC en cuanto obliga suplir vacíos aplicando la analogía,
y aplicando el principio según el cual ninguna interpretación posible de lo
actuado por válida si conduce a un resultado que se disocia de la finalidad que
ellas han buscado (arts. 1 y 1065 inc. c del CCyC).
Desde tal perspectiva, las normas que -según mi ver- rigen
la cuestión son las que el legislador concibió para regular el llamado “seguro
de vida”; conclusión a la que arribo en razón de la clara similitud que existe
entre el funcionamiento de tal seguro y la medicina prepaga.
Baste a este efecto señalar que, en rigor, la diversidad
entre uno y otro contrato sólo anida en el riesgo, dado en uno por la muerte y
en el otro por la enfermedad del afiliado.
No parece irrazonable, entonces, aplicar a la demandada
-titular de una empresa de medicina prepaga- las reglas que la ley impone al
asegurador de la rama vida.
Me refiero, especialmente, a la regla según la cual este
último debe prever la llamada “reserva matemática”, que tiene por finalidad
hacer frente a obligaciones futuras del asegurador que no habrán de estar
cubiertas por las primas también futuras (conf. Isaac Halperin; Seguros; pág
479; Edit.Depalma; 1976).
Persigue, como es obvio, mantener constante el nivel de esas
primas durante toda la vigencia del contrato, evitando el intolerable
encarecimiento que ellas deberían experimentar ante el inexorable agravamiento
del riesgo que generaría la mayor edad del asegurado.
Por eso es que éste paga hoy sumas que, invertidas por la
compañía en las mencionadas reservas matemáticas, ese asegurado debería haber
pagado mañana, al agravarse el riesgo de su muerte.
Si ese razonamiento legal se traslada al caso de la medicina
prepaga, es claro que el hecho de que pueda presumirse que, a mayor edad,
mayores serán los servicios médicos asistenciales que el afiliado pueda
demandar, no puede ser invocado por la compañía para habilitar sin más el
aumento de la cuota.
Para esos supuestos, era obligación de la demandada, en su
calidad de sociedad titular de una empresa con objeto especializado y
prestadora de un servicio fuertemente imbuido de interés general, instrumentar
algún mecanismo que, similar al reseñado, evitara su necesidad de aplicar esos
aumentos para cubrir su eventual mayor costo.
Y digo que la adopción de tal temperamento no era
discrecional para ella sino obligatoria, por dos razones principales.
La primera viene dada por el hecho de que, en tanto
administradora del sistema, su parte se hallaba obligada a extremar su
diligencia en la prestación de una cobertura integral a sus afiliados,
obligación que no podría entenderse debidamente cumplida si se admitiera su
posibilidad de colocar a éstos frente al riesgo de quedar sin esa cobertura en
la etapa más desvalida de sus vidas.
Y la segunda de las razones anticipadas deriva del hecho de
que una interpretación contraria colocaría a la demandada en una situación
lindante con la asunción de obligaciones meramente potestativas:si se le
reconociera la facultad de aumentar el importe de las cuotas que deben abonar
sus afiliados a partir de cierta edad, ella podría por esta vía desprenderse de
aquellos adherentes cuya permanencia en el sistema le resultara más gravosa.
Por las razones expuestas, no puedo compartir los
fundamentos que la demandada ha desarrollado a efectos de justificar su
necesidad de aumentar la cuota, lo cual ha de llevarme a proponer a mi
distinguido colega la admisión del recurso en lo principal que persigue.
Esos aumentos, por ende, deben considerarse ilícitos y, en
consecuencia, no sólo no podrán seguir siendo cobrados hacia el futuro, sino
que también deberán ser devueltos al afiliado, siendo del caso reiterar que,
por las razones más arriba expuestas -vinculadas con la irrenunciabilidad de
los derechos del consumidor y el carácter de orden público de las normas que lo
protegen- no es posible admitir la pretensión de la recurrente vinculada con
que el demandante consintió la aplicación de ese régimen.
El actor tendrá derecho a cobrar, en consecuencia, las sumas
adicionales que pagó por el concepto cuestionado, sobre las cuales se
computarán intereses que se calcularán a la Nación Argentina en sus operaciones
de descuento a treinta días, desde que cada desembolso fue efectuado y hasta el
efectivo pago.
3. Sentado lo anterior corresponde me avoque al análisis de
la procedencia de los restantes rubros reclamados en la demanda.
Tiene dicho esta Sala que el agravio moral importa una
lesión a las afecciones legítimas, entre otras, la paz, la tranquilidad de
espíritu, la libertad individual, el honor, la integridad física, los afectos
familiares, hallándose vinculado con el concepto de desmedro extrapatrimonial o
lesión en los sentimientos personales (esta Sala, “Gonzalez Arrascaeta, María
c/ ScotiaBank Quilmes S.A.”, 19.3.10; id., “Noel, Alejandro c/ Banco
Hipotecario S.A.” , 4.6.10; id., “Navarro de Caparrós, Aída c/ Suizo Argentina
Cía.de Seguros S.A.”, 20.12.10; entre muchos otros).
Y ha sostenido también que, para que este rubro resulte
procedente, no se requiere la producción de prueba directa, sino que puede
tenérselo por configurado ante la razonable presunción de que el hecho que
motiva el juicio generó un padecimiento espiritual susceptible de justificar la
indemnización reclamada (cfr. Llambías, Jorge J., “Tratado de Derecho Civil”,
t. I, p. 331; CNCom, Sala A, ” Gonzalez, Sandra c/ Transportes Metropolitanos
Gral. Roca s/ ordinario”, del 19.05.08; íd., en “Piceda, Gustavo Alberto c/
Transportes Metropolitanos Gral. San Martín S.A. s/ ordinario”, del 10.07.07,
entre otros).
Ese temperamento se encuentra hoy expresamente admitido en
el art. 1744 del nuevo Código Civil y Comercial que, al regular la prueba del
daño, admite que éste se tenga por acreditado cuando surja notorio de los
propios hechos, lo cual, reitero, sucede en el caso, dado que, por su propia
naturaleza, los hechos vividos por el demandante habilitan a formar la aludida
presunción (esta Sala, “Cortasal Diego Fabian c/ Parana S.A. De Seguros s/
Ordinario” , 28/12/2017; “Andrés, Patricia Beatriz c/Caja de Seguros S.A.
s/Sumarisimo” , 13.09.16, “Fuks Julio Sergio y otros c/Madero Catering S.A. y
otro s/ ordinario” , 27/10/15; “Pérez Gustavo Adrián c/Banco Comafi S.A. Fiduciario
Financiero s/ordinario” 25/3/2013; “Body, Osvaldo Pedro c/ Metropolitan Life
Seguros de Vida S.A.s/ Ordinario” , 25/10/2012).
La nombrada no sólo padeció sufrimiento por los aludidos
aumentos en las cuotas del servicio de salud, que para ella era esencial, sino
que ese padecimiento fue seguido de la incertidumbre propia de todo juicio, al
que tuvo que someterse frente a la reticencia de la demandada a hacer frente al
reclamo de reintegro realizado.
A mi juicio, esa frustración y esa incertidumbre, producidas
en el marco de un comportamiento abusivo que cabe suponer generó también
impotencia y desazón, autorizan trato, por lo que he de proponer a mi
distinguido colega, se le reconozca al actor en concepto de daño moral la suma
de $50.000.
4. Finalmente, considero que no existen elementos
suficientes para autorizar a la Sala a sancionar al demandado con el daño
punitivo que también ha sido solicitado.
No soslayo que el texto del art. 52 bis de la ley 24.522
daría lugar a interpretar que el solo incumplimiento de una obligación por el
proveedor habilita la imposición de este tipo especial de sanción.
Sin embargo, una interpretación integradora del sistema
normativo de los consumidores en particular y de la responsabilidad civil en
general, ha conducido pacíficamente a la doctrina a cuestionar tal exégesis.
En tal sentido, ha sido dicho -según interpretación que
compartoque “-la redacción de la norma es harto deficiente, pues parece
requerir, como única condición para su procedencia, la existencia de un
incumplimiento de sus obligaciones por parte del proveedor, con independencia
de que medie o no un factor subjetivo de atribución, haya o no daño causado al
consumidor y más allá de que el proveedor haya obtenido un lucro como
consecuencia del hecho-” (Lorenzetti, Ricardo L., Consumidores, 2da. ed.,
Rubinzal Culzoni, Santa Fe, 2009, ps. 562 y ss y la abundante doctrina allí
citada; ver también, Bueres, Alberto j. en Picasso-Vázquez Ferreira (Dir.)
AAVV, Ley de Defensa del Consumi dor, comentada y anotada, La Ley, Buenos
Aires, 2009, p.640, entre otros).
Y digo que comparto ese razonamiento puesto que, por
tratarse de una sanción, su imposición no puede proceder de ese modo casi
automático o sólo dependiente de la configuración un hecho objetivo – el mero
incumplimiento- disociado de todo factor subjetivo.
Más allá de su denominación, el concepto de “daño punitivo”
no conlleva ninguna indemnización de daños, sino -reitero- la imposición de una
pena que debe entenderse destinada a punir graves inconductas del demandado y a
prevenir hechos similares en el futuro (Lorenzetti, Ricardo, ob. cit., p. 557).
En tales condiciones, la norma en cuestión concede al juez
una potestad que el magistrado podrá o no utilizar según entienda que la
conducta antijurídica previamente demostrada presenta características de
excepción que exigen, congruentemente, una condena “extra” que persiga no sólo
resarcir a la víctima sino también sancionar al responsable, quitarle todo
resabio de rédito económico derivado de la inconducta, y que genere un efecto
ejemplarizador que prevenga su reiteración.
En el caso, no se advierte que se haya configurado la
excepción que exija esa condena “extra” conforme se viene explicando ni que sea
necesario generar un efecto ejemplificador, dictado de la Comunicación B 10925,
se han establecido las prescripciones normativas para evitar que se vuelva a
incurrir en la conducta aquí reprochada.
Por ello, y toda vez que nada de lo expuesto ha sido
acreditado, es mi opinión que este agravio debe ser rechazado.
IV. La conclusión.
Por las razones hasta aquí expuestas propongo a mi
distinguido colega hacer lugar a la apelación examinada y revocar la sentencia
de primera instancia, con los alcances que anteceden. Con costas de ambas
instancias a la demandada (Cpr 68).
Por análogas razones, el Señor Juez de Cámara, doctor
Eduardo R. Machin, adhiere al voto anterior.
Con lo que termina este Acuerdo, que firman ante mí los
Señores Jueces de Cámara doctores
EDUARDO R. MACHIN
JULIA VILLANUEVA
RAFAEL F. BRUNO
SECRETARIO DE CÁMARA
Buenos Aires, 27 de agosto de 2019.
Y VISTOS:
Por los fundamentos del acuerdo que antecede se resuelve:
hacer lugar a la apelación examinada y revocar la sentencia de primera
instancia, con los alcances que anteceden. Con costas de ambas instancias a la
demandada (Cpr 68).Notifíquese por Secretaría.
Oportunamente, cúmplase con la comunicación ordenada por el
art. 4° de la Acordada de la Excma. Corte Suprema de Justicia de la Nación
15/13, del 21.5.2013.
Hecho, devuélvase al Juzgado de primera instancia.
Firman los suscriptos por encontrarse vacante la vocalía n°
8 (conf. art. 109 RJN).
EDUARDO R. MACHIN
JULIA VILLANUEVA
RAFAEL F. BRUNO
SECRETARIO DE CÁMARA
En la misma fecha se registró la presente en el protocolo de
sentencias del sistema informático Lex 100. Conste.
RAFAEL F. BRUNO
SECRETARIO DE CÁMARA
Fuente: Microjuris
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