Las conexiones cerebro-máquina se debaten entre las ventajas médicas y los riesgos por un mal uso.
Llegan las interfaces cerebro-máquina. Se trata de tecnologías que pueden manipular el cerebro para que volvamos a hablar tras un accidente vascular, pero también serán capaces de cambiar nuestra forma de pensar o actuar. En este nuevo ámbito de actividad, Bruselas se ha propuesto liderar la regulación de un fenómeno que alberga extraordinarias potencialidades, pero también preocupantes riesgos. Entre otros, las grandes tecnológicas podrían anticipar las conductas de las personas.
La imagen de un cerebro repleta de electrodos ha acompañado a muchos reportajes sobre ciencia ficción. Ahora, ese futuro está mucho, pero que mucho más cerca. Las interfaces cerebro-máquina investigan la manera de reducir el impacto de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer o la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), incluso de unas migrañas. Estas tecnologías ya buscan -y van encontrando- la manera de entrar en nuestro cerebro para arreglar aquello que no funciona como debería.
Pongamos un par de ejemplos reales de éxito en la aplicación de estas herramientas: un hombre que llevaba diez años sin poder hablar por un accidente vascular cerebral pudo emitir frases de nuevo gracias a un sistema que lee las señales eléctricas de las zonas de su cerebro encargadas de formar las palabras. La alianza entre esos famosos electrodos de la imagen y los no menos omnipresentes algoritmos de inteligencia artificial obraron el milagro. También días atrás conocíamos que un paciente con párkinson ha vuelto a caminar gracias a una prótesis en su cerebro.
De la cercanía de ese futuro da fe que prácticamente todas las organizaciones transnacionales hayan decidido tomar cartas en el asunto. Desde la ONU a la OCDE o la UE, todos quieren impulsar el desarrollo de estos avances por sus implicaciones para la salud y la mejora de la vida que supondrá en muchos campos. Sin embargo, a la vez, también quieren subrayar la necesidad de regular sus límites. Presuponen con cierta razón que, si un ser humano podrá entrar en el cerebro de otro con la ayuda de una máquina para curarle de una enfermedad, también podrá hacerlo para cambiar su modo de pensar o cercenar su libertad… Igual que será posible aumentar sus capacidades, con esa misma técnica podría hacer disminuir su rendimiento. Recientemente, los ministros de Telecomunicaciones y Digital de la UE, reunidos en León, impulsaron la primera declaración europea para proteger los derechos digitales en el desarrollo de la neurotecnología. En ese documento, relacionan a esta nueva ciencia con los "dispositivos y procedimientos utilizados para acceder, controlar, investigar, evaluar, manipular y/o emular la estructura y función de los sistemas neuronales de animales o seres humanos".
Como mencionan en esa misiva, esta tecnología como tal no es nueva y abarca una amplia variedad de prácticas y herramientas, que incluyen desde implantes internos en el cuerpo, interfaces cerebro-ordenador (BCI) y otros métodos menos invasivos con los que estamos totalmente familiarizados, como la resonancia magnética, la electroencefalografía y la estimulación magnética transcraneal.
"Las aplicaciones no invasivas y no médicas de esta tecnología también presentan una nueva oportunidad para transformar la educación, el bienestar o el entretenimiento a través de la neuroestimulación o la modulación y estimulación cerebral, entre otras", expresaban los ministros del ramo de la UE. Añadían que estas soluciones podrían permitir a las empresas innovar y ofrecer una educación más eficaz y exhaustiva y una experiencia de entretenimiento completa y envolvente (o mixta). Y alertaban: "Sin embargo, el desarrollo ulterior de la neurotecnología plantea cuestiones cruciales que requieren debate, por ejemplo, en lo referente al respeto de los derechos humanos".
Objetivo: frenar el deterioro neuronal
Para analizar bien este tema conviene poner sobre la mesa algunas cifras. Hervé Chneiweiss, presidente del Comité Internacional de Bioética de la Unesco, recuerda que las enfermedades del sistema nervioso, neurológicas y mentales, representan una fracción considerable de nuestros gastos de salud. Hace casi una década, en 2014, se calculaba que esas patologías suponían un coste total para el conjunto de la UE de más de 800.000 millones de euros al año. "Se estima que tan solo el costo mundial de la enfermedad de Alzheimer alcanzará en 2030 los dos billones de euros. La esclerosis múltiple es la primera causa de discapacidad en los jóvenes y el 13% de la población padece migrañas. En cuanto a los accidentes vasculares cerebrales, están a punto de convertirse en la primera causa de mortalidad. No obstante, las neurotecnologías pueden aportar algunas soluciones para tratar estas patologías", alega Chneiweiss.
Esos datos hacen casi insignificantes las partidas invertidas en estos posibles remedios. El Gobierno de Estados Unidos está invirtiendo más de 4.860 millones de euros en el proyecto Brain, impulsado, entre otros, por el español Rafael Yuste. El objetivo principal de los científicos implicados en esta iniciativa es buscar remedio a tantas enfermedades neurológicas sin cura en estos momentos.
Musk ya busca voluntarios
También encontramos en este campo a Elon Musk. Su empresa Neuralink ha recibido una inversión superior a los 934 millones de euros para desarrollar implantes cerebrales que permitan aumentar la memoria. De hecho, ya ha recibido el visto bueno de la FDA para iniciar ensayos y busca voluntarios con parálisis de 18 a 40 años para probar su chip cerebral e intentar curarles. También Meta (antigua Facebook) ha adquirido recientemente por esa misma cifra la empresa CRTL-labs. En este caso, Mark Zuckerberg y compañía quieren fabricar gafas que permitan la transcripción del pensamiento a una pantalla de ordenador, sin necesidad de teclear nada en ningún teclado.
Pero no solo debemos hablar de medicina. De hecho, los datos cerebrales -o brain data- que contienen informaciones únicas sobre la fisiología, la salud o el estado mental de determinada persona, se han convertido en una mercancía codiciada más allá del sector médico. "El mercado de las neurotecnologías trata de extenderse a otros ámbitos, como la informática afectiva, cuyo objeto es interpretar, tratar y simular las diversas emociones humanas, o el neurogaming, una forma de juego que implica el uso de una interfaz cerebro-máquina que permita a los usuarios interactuar sin emplear el dispositivo de control tradicional. También podríamos citar el neuromarketing, que estudia los mecanismos cerebrales susceptibles de intervenir en el comportamiento del consumidor. La educación es otro campo de aplicación de las neurotecnologías", defiende el presidente del Comité Internacional de Bioética de la Unesco.
"En cualquier cerebro humano encontramos el triple de nodos o conexiones que en todo Internet", explica Rafael Yuste. Con ello quiere hacer ver la complejidad del órgano del que estamos hablando. Estos avances se están produciendo justo un siglo después de que otro doctor español, Santiago Ramón y Cajal, dibujara por primera vez una neurona. Advierte Yuste, asimismo, que llevamos dos décadas con grandes avances en esta nueva ciencia y que en 20 años ya existirán tecnologías que nos permitirán manipular el cerebro. De ahí que convenga estar preparados -en cuanto a regulación- para todo lo que queda por venir...
Las iniciativas en este sentido se han sucedido prácticamente en cadena. En 2019, la Unesco ya llamó la atención sobre el auge de la neurotecnología y su intersección con la inteligencia artificial.
A finales de ese mismo año, los países miembros de la OCDE adoptaron una Recomendación sobre Innovación Responsable en Neurotecnología. A raíz de una resolución del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos inició también este año la preparación de un estudio sobre neurotecnología y derechos humanos. Todos ellos valoran si los derechos humanos, tal y como los entendemos, ya nos protegen de estas tecnologías o si, por el contrario, hay que ampliarlos. De momento, han llegado a la conclusión de que hay que sumar cinco derechos nuevos. Los llaman los neuroderechos y podemos tomarlos como el punto de partida que debería seguirse en el desarrollo y aplicación de la neurotecnología.
Derecho a la privacidad mental
"El primero de ellos es el derecho a la privacidad mental y quiere garantizar que la actividad de nuestro cerebro no sea descifrada sin nuestro consentimiento. Creemos que esto hay que protegerlo porque es la esencia de nuestra persona", explica Yuste, profesor de la Universidad de Columbia. "El segundo derecho es el derecho a la identidad personal, a nuestra integridad psicológica. Estamos hablando del yo, de la consciencia. Si podemos acceder al cerebro, podemos manipular el yo". Recuerda este experto lo sucedido con aquellos pacientes en depresión profunda o con adicción a opiáceos que tienen implantados estimuladores en el cerebro. "Sus familiares nos trasladan que cuando se activa ese mecanismo, cambia su personalidad o su forma de ser. Como podremos cambiar la personalidad, hay que reconocer este derecho, el derecho a tu propia personalidad, a tu propio yo. Tendría que ser como el primer derecho humano, porque si no tienes derecho a tu propia personalidad, ¿para qué te sirven el resto de los derechos?", se pregunta el científico.
El tercer neuroderecho es el derecho al libre albedrío, a nuestra libertad de decisión. Hasta el momento, no nos habíamos preocupado de que esto pudiera estar en riesgo, pero si vamos a poder acceder con tecnología a esos circuitos cerebrales, también podremos alterar esas decisiones personales. Para cuando estén desarrolladas estas tecnologías, podríamos encontrarnos con dos especies distintas de humanos: aquellos que han sido mejorados gracias a estas herramientas y quienes no tienen acceso a ellas. "Si podemos conectar a las personas directamente a Internet mejorando las capacidades intelectuales y cognitivas, correremos el riesgo de una fractura en la humanidad con dos especies de hombres. Tenemos que empezar a discutir esto ya, porque va a ser inevitable", explica Yuste sobre el cuarto de estos nuevos derechos.
"Pensamos que esto hay que encajarlo en el principio general de justicia. La decisión sobre quién se aumenta y quién no tiene que estar basada en criterios universales de justicia y no basada en principios económicos o de otro tipo...", razona Yuste. Pensemos por ejemplo en alguien que se prepara para unas oposiciones y que pudiera instalarse todo el temario a golpe de clic… Todos los documentos de esas instituciones transnacionales quieren garantizar ese acceso igualitario a estas tecnologías y que no se creen por este motivo ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda.
El quinto y último neuroderecho se propone protegernos ante posibles sesgos que puedan incluir las tecnologías de inteligencia artificial. Hasta ahora, de una manera u otra, podemos apreciar por nosotros mismos esos sesgos que pudieran traer determinados programas, pero "si se insertan esos sesgos directamente en el cerebro, esa persona no va a poder discriminar siquiera ese sesgo", admite Rafael Yuste.
El presidente del Comité Internacional de Bioética de la Unesco recuerda cómo los restos de trepanación hallados en cráneos fósiles "prueban que, desde la prehistoria, nuestros ancestros sabían que el cerebro es esencial para la supervivencia del ser humano".
El debate ético
Hervé Chneiweiss subraya que "la actividad cerebral ocupa un lugar decisivo en los conceptos de identidad humana, libertad de pensamiento, autonomía, vida privada y realización del ser humano. Por consiguiente, la grabación y/o la modulación de dicha actividad mediante el uso de las neurotecnologías revisten una dimensión ética, jurídica y social".
Si bien fue con el cambio de milenio cuando se inició la nueva ciencia de la neurotecnología como nos estamos refiriendo a ella, con esa capacidad de intervenir en el cerebro, en los últimos años se han multiplicado las empresas del ramo. Podemos hablar, entre otras, de Advanced Brain Monitoring, que en sus 25 años de andadura presume de haber utilizado sus dispositivos médicos en más de 1,6 millones de pacientes. También G.Tec Medical Engineering incluye en su listado de "clientes felices" a Google, Meta, la Nasa, Dolby, Harvard University, MIT, Samsung, Microsoft, Ford, Yale, Stanford, etc. En su caso, están especializados en productos médicos de alto rendimiento para uso invasivo y no invasivo con el cerebro en entornos clínicos y de investigación. Más de una treintena de compañías están desarrollando soluciones de este tipo.
Las interfaces cerebro-máquina tienen un futuro prometedor, ahora sí, más allá de las películas de ciencia-ficción, para ayudarnos a reparar daños neuronales, un desafío médico de primera magnitud.
Fuente: El Economista
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Los comentarios con contenido inapropiado no serán publicados. Si lo que Usted quiere es realizar una consulta, le pedimos por favor lo haga a través del link de Contacto que aparece en este blog. Muchas gracias