¿Qué pasaría si el desarrollo en ‘smartphones’ no se enfocase en mejorar ‘selfies’ y tiktoks, sino en conseguir sensores de nivel médico para que cada persona tuviésemos un hospital en casa? Hoy en día hay miles de millones de smartphones en el planeta, pero ninguna compañía ha tomado la iniciativa de construir una infraestructura de salud global.
La inteligencia artificial (IA) ya moldea nuestro mundo y muestra posibilidades que parecían inalcanzables hace pocos años. No sabemos cuántas semanas, meses o años quedan hasta que no tengamos claro si el texto que estamos leyendo lo han escrito humanos o una máquina – o algún híbrido (así que habrá que aprovechar las oportunidades). Con la llegada de tecnologías como ChatGPT y otros sistemas de inteligencia artificial, el coste de realizar muchas tareas que requieren esfuerzos cognitivos antes solo ejecutables por seres humanos caerá a cero. Y esto traerá un cambio de paradigma. Sin embargo, por ejemplo, ChatGPT solo conoce el mundo basado en textos en formato digital de antes de 2021. ¿Qué pasa con los acontecimientos recientes? ¿Y con lo que no existe en el mundo digital?
Lo más probable es que el futuro digital sea inexorable, y en este periodo de transición corremos el riesgo de dejar náufragos por el camino: ¿qué será de aquellas personas con que no puedan beneficiarse de los servicios vinculados al mundo digital? Hay dos futuros posibles: que acabemos viviendo en el metaverso o, más probablemente, que aprendamos a movernos entre los ecosistemas físicos y digitales. Para que la segunda posibilidad sea universal tendremos que construir una infraestructura digital que llegue a todos, de la misma forma que contamos con infraestructuras físicas como carreteras, agua potable o líneas de teléfono. Esta nueva realidad digital tendrá impacto en aspectos fundamentales como el acceso a la salud, la educación o la lucha para revertir la emergencia climática. En la España vaciada o en cualquier pueblo del Amazonas o Mozambique, es posible que la infraestructura digital que utiliza la ciencia y tecnología más avanzadas llegue a todos, incluidos los más vulnerables.
Esta carrera ya ha empezado. Existen empresas pioneras como Spotlab, que crea sistemas de inteligencia artificial aplicada a la hematología capaces de encontrar células malignas para ayudar al diagnóstico y pronóstico de la leucemia. Esa misma tecnología de inteligencia artificial funcionando en smartphones ayuda a dar acceso a diagnósticos de enfermedades tropicales desatendidas como el chagas, la leishmaniasis o parásitos que afectan a miles de millones de personas. Otros ejemplos incluyen dedales inteligentes que miden los glóbulos blancos de enfermos de cáncer desde su casa, ecógrafos portátiles que pueden diagnosticar meningitis en la fontanela de un bebé, inteligencia artificial que vigila nuestro corazón, apps que guían nuestras decisiones del día a día para gestionar mejor enfermedades crónicas o que nos dan información personalizada para ayudarnos a cuidarnos más y mejor. Para que la revolución digital de la salud llegue a todos, es necesario acercar más el acceso y el conocimiento médico a cada persona.
¿Qué pasaría si el desarrollo en smartphones no se enfocase en mejorar selfies y tiktoks, sino en conseguir sensores de nivel médico para que cada persona tuviésemos un hospital en casa? Hoy en día hay miles de millones de smartphones en el planeta, pero ninguna compañía ha tomado la iniciativa de construir una infraestructura de salud global. Con la infraestructura y los sensores adecuados, sería posible el seguimiento de enfermedades crónicas, el diagnóstico precoz de muchas afecciones antes de la aparición de síntomas visibles, y la detección temprana de enfermedades infecciosas con la consiguiente disminución de contagios.
Para llegar a estos objetivos, no solo hacen falta más inversores en nuevas tecnologías y apuestas más arriesgadas por parte de los grandes fabricantes de tecnología, también hacen falta inversores de impacto social. Avances tecnológicos con claro beneficio social pueden no contar con mecanismos de financiación, especialmente si su impacto es relevante en minorías, o geografías y poblaciones con bajos recursos. Tal vez no sea necesario intentar someter a esos grupos a los deseos y trayectorias del capital riesgo tradicional sino buscar estrategias más sostenibles y adaptadas al mercado a la hora de financiarlos.
De forma similar, la financiación de infraestructuras digitales requiere a la vez visión a largo plazo y capacidad de adaptación a condiciones cambiantes, con pocos inversores dispuestos a asumir el riesgo de invertir en ellas, pero con un potencial exponencial para toda la sociedad. Gobiernos y otras organizaciones de propósito público están apostando para que estas infraestructuras estén al servicio de la sociedad y no dependan exclusivamente del sector privado, donde el modelo de Infraestructuras Digitales Públicas debe desarrollarse de manera inclusiva, equitativa, ética y segura para la ciudadanía.
Apostar por tecnología responsable no es invertir en criptoespeculación, sino en innovaciones que mejoren nuestra vida y la de nuestras hijas – no solo en salud, también en clima o en educación. Para ello es necesario que la sociedad apueste por más ciencia y desarrollo y que nuestros jóvenes tengan una formación interdisciplinar, ingenieros con estudios sociales y clínicos, biólogos y médicos con conocimientos de informática e inteligencia artificial. Porque el futuro se construye en las fronteras entre disciplinas. Y más aún en un presente donde, por ejemplo, escribir una redacción o responder las preguntas del MIR es algo que la inteligencia artificial ya puede hacer por nosotros. Los estudiantes, más que nunca, tienen que aprender a hacerse las preguntas correctas. Probablemente, lo más humano sea la curiosidad.
Y no debemos olvidar que las responsabilidades morales de las tecnologías son de sus creadores, pero también de los que las consumen, de los que las financian y de los que crean las hojas de ruta y sus reglas. Estamos en un punto de inflexión tecnológica y de tensión social con una polarización y una desigualdad creciente. Las herramientas digitales pueden servir como factor ecualizador, llegando de forma eficiente a cualquier parte del mundo, o desarrollarse de manera sesgada por y para una élite. Está en nuestras manos construir un mundo digital inclusivo y pensado para la humanidad y el planeta en el que vivimos.
Fuente: Retina
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