Es el momento de que profesionales, instituciones, responsables y asociaciones se pongan a trabajar para conseguir que la IA sea una herramienta útil para el cuidado de los pacientes y la mejora del estado de salud de la población.
No podemos decir que la inteligencia artificial (IA) sea una novedad en el mundo de la salud ni que el metaverso nos deba pillar desprevenidos a los cirujanos. Tras 30 años de ejercicio profesional no recuerdo un electrocardiograma que no venga informado automáticamente en el momento de su registro o un desfibrilador que no supiera reconocer las fases del ciclo cardíaco para evitar descargas en fases peligrosas. El reconocimiento de patrones y los algoritmos de actuación están presentes desde hace décadas.
No resulta una novedad la utilización de aplicaciones o calculadoras que, mediante la utilización de algoritmos previamente testados y consensuados, nos ayudan en la prescripción de los tratamientos más adecuados a los pacientes o nos alertan sobre posibles efectos secundarios o incompatibilidades. Del mismo modo, no puede sorprender que cirujanos y radiólogos (entre otros) sintamos fascinación por el metaverso y estemos a gusto en ese entorno. ¿Qué es sino una biopsia estereotáxica o una cirugía endoscópica? No es más que la actuación sobre una representación más o menos fiable de la realidad. Algo que hoy en día llamamos Realidad Virtual y que no ha dejado de estar presente desde mis comienzos profesionales; desarrollándose e incluso mejorando las capacidades del humano, pasando a llamarse Realidad Aumentada.
Y es que, en el fondo, gran parte de la actividad científica en el mundo de la salud (y si no que les pregunten a los epidemiólogos) ha consistido en la identificación de patrones comunes en los distintos pacientes para identificar la semiología, fisiopatología y opciones terapéuticas de las enfermedades y trastornos.
Entonces, ¿Qué impacto están teniendo las novedades en IA sobre el cuidado de la salud? ¿Qué podemos esperar del futuro? ¿Y qué riesgos?
El desarrollo exponencial de la capacidad de computación permite una gestión de datos hasta ahora inimaginable, facilitando la evolución a la identificación de patrones en situaciones mucho más complejas como la imagen médica. De esta manera se han podido desarrollar sistemas que permiten identificar alteraciones, con mayor precocidad y precisión que el ojo humano, y construir modelos tridimensionales. Con estos modelos se puede diseñar el efecto de una intervención, imprimir prótesis adaptadas al paciente y su situación, ofrecer al cirujano una mejor representación de una situación clínica (por ejemplo, un tumor y su relación con estructuras adyacentes) u ofrecer una mayor información al cirujano durante una intervención. En este sentido, ya existen experiencias en las que, con los dispositivos adecuados (fundamentalmente gafas de realidad virtual o sistemas de cirugía laparoscópica y robótica) se pueden superponer imágenes de TAC o RM sobre el lecho quirúrgico del paciente, proporcionando al cirujano una información valiosísima a la hora de realizar un procedimiento.
La IA puede obtener información de multitud de fuentes y ofrecer soluciones. Soluciones que no dependerán del cansancio, la hora del día o el hambre que tengamos. Ya que, en este sentido, la IA comparte muchas de las características de la caridad: es paciente y servicial, no tiene envidia ni es presumida u orgullosa, no es grosera ni egoísta, no se irrita ni lleva cuenta del mal recibido.
A diferencia de los antiguos modelos algorítmicos de diagnóstico, la IA es ahora capaz de manejar volúmenes de información que le permite llevar su propio proceso de aprendizaje para ofrecer soluciones más acertadas y eficientes para las situaciones clínicas. Herramientas que no tardarán en estar caminando de la mano de los profesionales como ahora lo están las aplicaciones y calculadoras disponibles en los teléfonos móviles.
Y es de esperar, igualmente, que no tardemos en ver desarrollarse sistemas que eliminen las tareas más tediosas y mecanizadas de las profesiones sanitarias: redacción de informes, control de bajas laborales, redacción de historiales, … ¿Qué especialista no sería feliz con un sistema que con solo indicarle que realice la petición de un TAC le devolviera el volante listo con la información clínica del paciente y las características de la exploración que se precisa, y así solo tener que dar el visto bueno? Parece ciencia ficción, pero está más cerca de lo que parece. Y no quiero pensar en la cara de felicidad del radiólogo que reciba ese volante…
Pero como todo avance tecnológico, tiene su reverso tenebroso. No es la herramienta en sí, sino el uso que se le quiera dar. Y la IA no es ajena a ello.
Aún resuena el escándalo que ha obligado a Google a suspender la generación de imágenes mediante Gemini al producir auténticas aberraciones (como representaciones de personas de color o con rasgos orientales como soldados del III Reich). La introducción de sesgos, en este caso para forzar una pretendida diversidad, ocasiona estas situaciones.
Pero esto no pasa de ser una anécdota que ilustra las posibilidades que tiene quien controle y entrene una IA concreta de introducir sesgos con espurias intenciones. Sesgos que podrían llevar a los profesionales de la salud a tomar decisiones que lejos de beneficiar a los pacientes, atienden otros intereses.
Del mismo modo, la IA generativa será capaz de proporcionar datos falsos que justifiquen resultados de investigación interesados. ¿Quién no recuerda los problemas ocasionados por Wakefield publicando un estudio manipulado en The Lancet entre la asociación de la vacuna MMR y el autismo? Los peligros siguen estando ahí, pero las herramientas son más sofisticadas, sutiles y difíciles de detectar. Ignorar esta realidad es una negligencia que conducirá a un deterioro en la calidad del cuidado de la salud. Es, el momento de que profesionales, instituciones, responsables y asociaciones se pongan a trabajar para conocer y acotar estas amenazas, y conseguir que la IA sea una herramienta útil para el cuidado de los pacientes y la mejora del estado de salud de la población.
No podíamos intuir, a principios de los años 90, cómo la llegada de internet o la introducción de los dispositivos móviles iban a cambiar la forma en la que hoy en día practicamos la medicina y la cirugía. Del mismo modo, la IA ha venido para quedarse y revolucionar el modo en que se ejerce, enseña y evalúa el desempeño profesional de los sanitarios. Es nuestra obligación como profesionales familiarizarnos con ella, participar de su desarrollo y tomar las medidas adecuadas para garantizar el mejor servicio sanitario a nuestros conciudadanos.
El momento resulta fascinante. Una ola que nos arrastrará. Y podemos dejarla pasar protegidos en la bodega de nuestro propio barco, o salir a cubierta, verla discurrir y ayudar a sujetar el timón en la dirección adecuada.
Fuente: El Debate
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